13 Mayo

“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que
creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino
de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).

Sería difícil imaginar un método más eficaz e infalible de ahogarse que éste. La piedra de molino de la que se habla aquí no era aquella pequeña pieza que se usaba a mano, sino aquella enorme mole que era movida con un asno. Tener una piedra de molino de ese tamaño prendida alrededor del cuello significaría ahogarse veloz e irremediablemente.

Nos sobresaltamos ante la vehemencia de las palabras del Salvador. Parece retumbar con vigor inusitado contra el pecado de escandalizar a alguno de Sus pequeños. ¿Qué es lo que le provoca a una ira tan grande?

¡Ilustrémoslo! Tomemos a un ministro del evangelio que tiene una cola constante de gente que se acerca a él para recibir consejo. Entre ellas se encuentra una persona joven esclavizada por algún pecado sexual con una enorme necesidad de ayuda. Él (o ella) ve al ministro como alguien en quien se puede confiar y que le ayudará a encontrar el camino de la liberación. Pero en vez de esto, el ministro, inflamado de pasión, le hace proposiciones indecorosas, y pronto lleva a su aconsejado de vuelta a la inmoralidad. El (o la) joven es destrozado por esta traición a su confianza.
Al desilusionarse por completo del mundo religioso posiblemente ha quedado inválido espiritualmente para el resto de su vida.

Bien puede ser que el ofensor sea un profesor que trabaja incansablemente para arrebatar a sus alumnos cualquier pizca de fe que pudieran mostrar. Al sembrar dudas, agrede a la Persona de nuestro Señor y socava la autoridad de las Escrituras.

Puede tratarse de un cristiano cuya conducta hace tropezar a un joven creyente. Rebasando la línea fina entre libertad y libertinaje se involucra en alguna actividad cuestionable. El joven cristiano interpreta su proceder como una conducta cristiana aceptable y deja la senda de la vida consagrada para hundirse en una vida de corrupción y mundanalidad.

Las palabras solemnes del Salvador deben ponernos sobre aviso.
Es un asunto muy grave contribuir a la perversión ética, moral o espiritual de un menor que le pertenece. Sería mejor ahogarse en agua literal que ahogarse en un mar de culpa, desgracia y remordimiento al hacer que uno de Sus pequeños caiga en el pecado.

Josue G Autor