“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:24).
Hay básicamente dos actitudes que los creyentes podemos tomar hacia nuestra vida: Tratar de salvarla o perderla resueltamente por causa de Cristo.
Lo natural es tratar de salvarla. Podemos vivir centrados en nosotros mismos, intentando protegernos de inconveniencias y esfuerzos, procurando evitar o amortiguar todos los golpes que la vida nos pueda dar. Podemos forrarnos con seguros para guardarnos de pérdidas y evitar toda clase de incomodidad. Nuestra casa se convierte en una propiedad privada con carteles que dicen: “Prohibida la entrada”. Es sólo para la familia, con una muestra mínima de hospitalidad hacia los demás. Tomamos las decisiones según vayan a afectarnos. Si interrumpen nuestros planes, o requieren bastante trabajo o gastos para otros, mostramos desaprobación. Tendemos a dedicar excesiva atención a nuestra salud personal, rechazando cualquier servicio que requiera pasar una noche en vela, contacto con enfermedad o muerte, para evitar cualquier riesgo físico. También le damos más prioridad a la apariencia personal que a las necesidades de los que nos rodean. Resumiendo, vivimos como los del mundo alrededor nuestro, proveyendo para el cuerpo que, en pocos años, será comido por gusanos si el Señor no viene antes.
Al intentar salvar nuestra vida, la perdemos. Sufrimos todas las miserias de una existencia egoísta y perdemos las bendiciones de vivir para los demás.
La alternativa es perder nuestra vida por causa de Cristo y convertirla en una vida de servicio y sacrificio. Aunque no nos arriesgamos innecesariamente, ni buscamos el martirio, no debemos apartarnos del deber con el pretexto de que se vive solamente una vez y hay que aprovecharlo. Hay un sentido en el que podemos arrojar nuestra alma y cuerpo por la causa de Dios y enterrarlos. Consideremos como nuestro mayor gozo es gastar y ser gastados para Él. Abramos nuestra casa y pongamos nuestro tiempo y posesiones al servicio de aquellos que pasan necesidad.
Al derramar de este modo nuestra vida para Cristo y los demás, encontraremos vida verdadera. Al perder nuestras vidas, lo que hacemos es salvarlas.