“Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4b).
No es raro que la gente de Dios sufra depresiones nerviosas tal como le ocurrió a Elías. Moisés y Jonás también desearon morir (Éx. 32:32; Jon. 4:3). El Señor nunca prometió eximir a los creyentes de esta clase de problema. La presencia molesta de esta aflicción en nuestra vida no indica necesariamente falta de fe o de espiritualidad. Cualquiera de nosotros podríamos padecerla.
Cuando esto viene, es algo así. Sientes que Dios te ha abandonado, aun cuando sabes bien que nunca deja a los Suyos. Vas a la Palabra de Dios buscando consuelo, y te topas con uno de aquellos pasajes que hablan del pecado imperdonable o de la condición sin esperanza del apóstata. Experimentas la frustración de tener que soportar esta aflicción sin que exista cirugía que la quite ni medicinas que la curen. Tus amigos sugieren que te “animes” pero no te dicen cómo. Oras y anhelas encontrar algún remedio de efecto inmediato, pero todo es en vano. Mientras que la postración nerviosa viene en kilos, se va en gramos. Todo lo que puedes hacer es pensar en ti mismo y en tu miseria. En tu desánimo, deseas que Dios intervenga y te dé la muerte.
Una depresión como ésta puede tener causas diferentes. Puede tratarse de un problema físico como la anemia, por ejemplo, que hace que la mente nos juegue una mala pasada. Puede ser una causa espiritual: algún pecado sin confesar o sin perdonar. Es posible que sea un problema emocional: la infidelidad de la esposa, el exceso de trabajo o el agotamiento nervioso que provoca la tensión mental extrema. Quizás es provocada por un medicamento al que reaccionamos desfavorablemente.
¿Qué puede hacerse? Primero, ve a Dios en oración, pidiéndole que realice en tu vida Sus propósitos maravillosos. Confiesa y abandona todo pecado conocido. Perdona a cualquiera que te haya agraviado. Luego, hazte un chequeo médico general para saber si el origen de la depresión es alguna enfermedad física. Toma medidas drásticas para eliminar las causas del trabajo excesivo, las penas, la ansiedad y cualquier otra cosa que pudiera estar acosándote. El descanso regular, la comida sana y el ejercicio físico al aire libre siempre constituyen una buena terapia.
De ahí en adelante, debes aprender a ir al paso, atreviéndote a decir “no” a todo reclamo que pudieran llevarte una vez más al borde del desastre.