“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
No hay nada más hermoso en la creación espiritual de Dios que un creyente que demuestra un genuino espíritu de quebrantamiento. Aun Dios mismo encuentra irresistible a tal persona; puede resistir al soberbio y orgulloso (Stg. 4:6), pero no al quebrantado y humilde.
En nuestra condición natural, ninguno de nosotros está quebrantado. Somos como un potro salvaje, rebelde, obstinado e impetuoso. Resistimos al freno, las bridas y la silla de la voluntad de Dios. Rehusamos ser enjaezados, deseando ir por nuestro propio camino. Mientras permanecemos sin quebrantarnos, no somos aptos para el servicio.
La conversión es como el comienzo del proceso del quebrantamiento. El pecador penitente puede decir: “El corazón más orgulloso que jamás latió, / Ha sido sojuzgado en mí; / La voluntad más salvaje que alguna vez surgió / Para burlarse de tu causa o auxiliar a tus enemigos / ¡Es sofocado, mi Dios, por Ti!” En la conversión tomamos sobre nosotros el yugo de Cristo.
Pero es posible ser creyente y no obstante comportarse a veces de manera muy parecida a la de un potro indomado que desea vagar por la distancia a su agrado. Debemos aprender a pasarle las riendas de la vida al Señor Jesús en la práctica de la vida cotidiana. Hemos de someternos a Sus tratos en nuestra vida sin dar coces, saltar o relinchar. Tenemos que decir:
Su camino es mejor
Cesemos de planear inútilmente,
Y dejemos el gobierno de nuestra vida a Él.
Necesitamos practicar el quebrantamiento, no sólo hacia Dios sino también hacia nuestro prójimo. Esto significa que no seremos orgullosos, agresivos, o arrogantes. No nos sentiremos impulsados a defendernos cuando se nos acusa injustamente, o por causa de nuestros derechos. Ni devolveremos el golpe cuando nos insulten, ridiculicen, injurien o difamen. Una persona quebrantada se disculpa con prontitud cuando ha dicho o hecho algo equivocado, sin largas explicaciones para justificarse. No guarda rencores ni lleva la cuenta de los errores de los demás, sino que les considera como mejores que a sí mismo. Cuando se topa con retrasos, interrupciones, averías o accidentes, cambios de horario y decepciones, no responde con pánico, histeria o aspavientos. Manifiesta aplomo y ecuanimidad en las crisis de la vida.
Si un matrimonio está verdaderamente quebrantado, nunca necesitará recurrir al divorcio. Los padres e hijos quebrantados nunca experimentan la “brecha generacional”. Los vecinos quebrantados nunca necesitan erigir cercas. Las iglesias con personas que han aprendido el camino del quebrantamiento experimentan un avivamiento continuo.
Cuando venimos a la Cena del Señor y escuchamos las palabras del Salvador: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido”, la única respuesta adecuada es: “Ésta es mi vida, Señor Jesús quebrantada para Ti”.