¿QUÉ DICE LA BIBLIA DE MI?

Pronto o tarde toda persona que piense un poco se hará la misma pregunta que hizo la Biblia hace casi tres mil años: ¿Qué es el hombre? (Salmo 8:4). Lo hará con otras palabras tal vez: ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿De dónde vengo? ¿Qué será de mí después? Pero en el fondo viene a ser lo mismo y es, además, la misma pregunta que ha preocupado a millones de personas a través de la historia. ¿Cuál es la respuesta?

  • La primera opción. La ciencia evolucionista nos dice que realmente no somos más que un montón de átomos que llegaron a juntarse de una forma totalmente accidental hace millones de años, y que poco a poco fueron evolucionando hacia organismos cada vez más complejos, hasta llegar al ser humano. Y nos sigue diciendo que al morir, nuestro cuerpo se desintegra y vuelve a ser un simple puñado de átomos flotando en el aire, o llevados por la lluvia y los ríos al océano, de donde – según dicen – salimos en un principio. Así lo expresó Bertrand Russell, uno de los grandes filósofos del siglo pasado, y Premio Nóbel en el año 1950: “El hombre es el producto de causas que no tuvieron ninguna noción del fin que iban a conseguir. Tanto el origen del hombre como su desarrollo, esperanzas, temores, amores y creencias, son simplemente el resultado de una colocación accidental de átomos.”
  • La segunda opción. La Biblia nos dice algo muy diferente. Dice que somos criaturas hechas por Dios – el resultado de un acto creativo deliberado suyo, y que Dios tuvo un propósito muy concreto al crearnos. ¿Cuál era ese propósito? Que pudiéramos ascender de la categoría de meras criaturas a la maravillosa categoría de hijos de Dios, y además ascender un día de este pequeño planeta temporal en el cual vivimos, a ese glorioso mundo sobrenatural y eterno de Dios, y desde allí compartir con Él la administración de Su vasto universo. De acuerdo que son conceptos demasiado grandes para nuestras pequeñas mentes, pero afortunadamente Dios no está limitado por los pequeños parámetros de nuestros pensamientos. Él nos dice claramente que: “como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9), cosa que sería de esperar si Dios es Dios de verdad. Siendo así, Dios nos invita a dejar nuestros pequeños pensamientos y creerle a Él.

¿Cuál de las dos opciones escogemos? Contestamos que la única opción viable es la segunda. ¿Por qué?

  • En primer lugar porque si de hecho el cerebro humano no es más que una mera colocación accidental de átomos, como dice la Primera Opción, entonces cae por su propio peso que todo lo que sale del cerebro humano (todo pensamiento, argumento y teoría) no son más que divagaciones irracionales a las cuales no tenemos por que prestar ninguna atención. No podemos, por lo tanto, hacer caso a los que dicen que nuestra mente – y la suya – es un mero accidente. Pero el hecho es que sí que somos capaces de pensar de una forma racional, lógica y con sentido. Tanto es así que hemos podido llegar a entender algo de las leyes físicas muy exactas y precisas que controlan el universo que nos rodea, y hasta usar esas leyes en nuestro propio beneficio. Entonces hay que preguntar: ¿De dónde viene esta capacidad nuestra de pensamiento racional y lógico? Sólo hay una respuesta convincente. De la misma manera que un ordenador sólo puede darnos información precisa y válida si antes alguien le ha introducido un programa cuidadosamente elaborado, así con nosotros. Somos capaces de pensamientos racionales que sincronizan con la racionalidad del universo, sólo porque hay un Dios que ha incorporado esas facultades en nosotros al crearnos. Y las ha incorporado para que vivamos como seres humanos, y no como animales. Y por encima de todo, para poder buscarle y conocerle.
  • En segundo lugar, hay otra característica humana que sólo tiene explicación en el contexto de la segunda opción. Somos seres con un profundo sentido de justicia y moralidad. Tenemos unos conceptos muy claros de lo que es justo y lo que es injusto, de lo bueno y lo malo, de lo verdadero y lo falso, de lo que se tendría que hacer y lo que no se debería permitir. Tanto es así, que son muy pocas las observaciones sobre temas de la vida diaria donde no sale algún comentario del estilo – no hay derecho a esto – especialmente si el asunto que se está comentando nos afecta a nosotros personalmente. A diferencia de los cocodrilos que nunca se preocupan de cuestiones de este tipo, nosotros sí. Y es además un sentido de moralidad y justicia compartido por todo el mundo, en todas partes. Una especie de ley moral universal, tan precisa y conocida como las leyes que rigen el universo. Surge entonces la pregunta:

¿De dónde viene esta ley moral que se manifiesta en nosotros desde nuestra niñez?

Por supuesto, no del mundo físico. La naturaleza no sabe nada de conceptos morales. Los mismos evolucionistas lo dicen. La única explicación válida es que un ser trascendente, de absoluta moralidad y justicia, ha incorporado esta facultad en nosotros. Y eso es exactamente lo que nos dice la Biblia. Dios, (en las palabras de Pablo a los Romanos 1:14-16) ha escrito su ley moral en nuestros corazones, dándonos a cada uno una conciencia que nos recuerda constantemente los requisitos de esa ley, y nos acusa cuando las infringimos.

  • En tercer lugar, si fuéramos solamente materia física como dice la Primera Opción, (un poco de fósforo, calcio, magnesio, agua y poco más), entonces nos quedaríamos totalmente satisfechos simplemente con cosas materiales. Como el ganado, que no pide ni necesita más de lo que el campo le da. Pero no es así en nuestro caso. Cuantos han pensado que acumulando posesiones y satisfaciendo sus apetitos físicos al máximo, encontrarían la plena felicidad y el sumo bien. Pero han quedado defraudados, con un tremendo vacío en el corazón. Aun Bertrand Russell (citado anteriormente) tuvo que admitir: “En el centro de mi ser hay un eterno y terrible dolor… una búsqueda de algo más allá de lo que este mundo contiene… algo transfigurado y eterno”. Así es. Alguien lo expresó una vez con las siguientes palabras inmortales. Dirigiéndose a Dios: “Tú nos has hecho para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentren su descanso en ti”. Piensa que así eres tú. Un ser con una dimensión de eternidad, creado por Dios para convivir con Él y compartir sus gloriosos proyectos eternos. Y la maravilla es que a pesar de toda nuestra despreocupación, desgana y hasta huída de Dios, Él sigue buscándonos porque le importamos. Y nos dice, por medio de las bellas palabras de su profeta Oseas, “Venid y volvamos al Señor; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de los días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él” (Oseas 6:1-2). ¿Por qué no vuelves?
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