¡SOLUCIONES! pero… ¿a cuál problema?
Se habla mucho acerca de soluciones, pero nadie quiere admitir cuál es el problema.
Los diferentes oradores ofrecieron varias soluciones a los problemas del país, e incluso problemas del mundo. Los vítores y aplausos de las personas indicaron que al menos a sus ojos los discursos eran bastante sabios.
Desafortunadamente, nadie, ni siquiera el orador más popular, fue capaz de discernir cuál era el problema fundamental.
Se habló sobre el patriotismo, la precaria situación económica, la violencia y la opresión en todo el mundo. Pero todos estos son sólo los síntomas. No es de extrañar que la mayoría de los planes políticos no den resultado.
La prosperidad de un país y el bienestar de sus ciudadanos no se limita a depender de la ideología de un partido o el tipo de gobierno que dirige la nación. El verdadero problema es la virtud y el carácter de su gente.
Una actitud de pesimismo y egoísmo de los trabajadores, comerciantes, profesionales y miembros de familia, está en la raíz del problema. Detrás de cada fracaso de una nación están la codicia y corrupción. Sin embargo, detrás de cada triunfo hay siempre un cuerpo de ciudadanos honestos, disciplinados y generosos.
Ningún sistema económico puede prosperar si las personas carecen de respeto y amor por los demás seres humanos. Un gobierno seguro o la tecnología moderna no puede sustituir a los valores morales y espirituales dentro de una cultura.
El problema radica en el corazón del hombre. El declive del mundo de hoy es el resultado de la pérdida de valores espirituales en los hogares, las aulas, las empresas y los tribunales. Una gran cantidad de mensajes imprudentes e información incorrecta se han dado desde los púlpitos religiosos.
Los discursos políticos y la acción gubernamental son necesarios para una nación, pero la solución de los problemas radica en el carácter moral de los ciudadanos. Volver a Dios ha sido, y siempre será el único camino para un cambio favorable.
Cada persona debe relacionarse con Jesucristo arrepintiéndose de sus pecados, creyendo que Él murió en la cruz en pago de su culpa y aceptando el perdón que Él ofrece por su muerte en la cruz y su resurrección.
Bien nos recuerda el apóstol Pablo: “Todo el que confíe en él (Jesucristo) jamás será defraudado”. (Romanos 10, 11)
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