“Conforme a vuestra fe os sea hecho”
(Mateo 9:29).
Cuando Jesús preguntó a los dos ciegos si creían que Él era capaz de darles la vista, contestaron que sí. Cuando les tocó los ojos dijo: “conforme a vuestra fe os sea hecho”, y sus ojos se abrieron.
Sería fácil deducir de esto que si tan sólo tuviéramos suficiente fe podríamos conseguir lo que quisiéramos, riqueza, salud o lo que fuera. Pero éste no es el caso. La fe debe basarse sobre la Palabra del Señor, en una de Sus promesas o en algún mandamiento de la Escritura. De otro modo esa “fe” no es más que vanas ilusiones.
Nuestro texto nos enseña que el grado en que nos apropiamos de las promesas de Dios depende de la medida de nuestra fe. Después de prometer al rey Joás que obtendría la victoria sobre los Sirios, Eliseo le dijo que golpease la tierra con sus flechas. Joás la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces Eliseo se enojó con él y le anunció que el rey tendría solamente tres victorias sobre Siria mientras que podría haber tenido cinco o seis (2 R. 13:14-19). La medida de su victoria dependió de su fe.
Así es la vida del discipulado. Se nos llama a caminar por fe, abandonándolo todo. Se nos prohíbe amontonar tesoros en la tierra. ¿Hasta dónde hemos llegado obedeciendo estos mandamientos? ¿Nos hemos despojado del seguro de vida, del seguro de salud, de las cuentas de ahorros, bonos y acciones? La respuesta es: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Si tienes fe para decir: “Trabajaré duro para suplir mis necesidades y las de mi familia, pero pondré la obra del Señor por encima de todas estas cosas y confiaré en Dios para el futuro”, entonces puedes estar absolutamente seguro de que el Señor cuidará de tu futuro. Ha dicho que lo hará y Su Palabra no puede fallar. Si, por otra parte, estimamos que debemos ejercer “prudencia humana” y proveer toda cosa necesaria, de cualquier modo Dios aún nos amará y nos usará según la medida de nuestra fe.
La vida de la fe es como las aguas que fluyen del Templo en Ezequiel 47. Puedes entrar hasta los tobillos, hasta las rodillas, hasta el pecho, o mejor aún, sumergir todo el cuerpo en ellas.
Las bendiciones más grandes de Dios son para aquellos que confían totalmente en Él. Una vez que hemos comprobado Su fidelidad y suficiencia, desearemos deshacernos de muletas, de ayudas y de las almohadas del “sentido común”, o como alguien a dicho: “Una vez que caminas sobre el agua nunca querrás subirte de nuevo a la barca”.