“Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien, y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (Ezequiel 33:32).
Una de las ironías de proclamar la Palabra del Señor es que la gente a menudo se fascina con el predicador pero no con el mensaje que demanda acción de su parte.
Esto sucede con la predicación pública. La gente admira al predicador. Recuerda sus chistes e ilustraciones. Están pendientes de cómo pronuncia las palabras. Como cierta mujer que decía: “casi lloraba cada vez que mi ministro decía la bendita palabra ‘Mesopotamia’”. Pero están paralizados en lo que concierne a la obediencia e inmunizados contra la acción. La agradable voz del predicador los anestesia.
Éste es un síndrome muy conocido por los que tienen un ministerio de aconsejar. Hay algunas personas que obtienen una satisfacción secreta cuando son aconsejados. Les gusta ser el centro de atención por una breve hora. Disfrutan tanto el compañerismo y la atención del consejero que llegan a ser “pacientes” crónicos.
Se supone que han venido para ser aconsejados. Pero en realidad no quieren consejo; ya han decido, y saben lo que van a hacer. Si la recomendación del consejero coincide con su propio deseo, entonces se sienten fortalecidos. Si no, rechazarán el consejo y continuarán en su camino obstinado.
El rey Herodes pertenecía a esta clase de diletantes. Él disfrutaba escuchando a Juan el Bautista (Mr. 6:20), pero era un entusiasta superficial. No tenía la intención de permitir que el mensaje cambiara su vida.
Erwin Lutzer escribe: “He descubierto que el problema más frustrante al ayudar a aquellos que vienen para ser aconsejados es simplemente que la mayoría no quiere cambiar. Por supuesto, están preparados para hacer ajustes menores, particularmente si su conducta les está ocasionando problemas. Pero la mayoría de ellos se siente a gusto con sus pecados mientras éstos no se les escapen de la mano. Y a menudo prefieren que la actividad de Dios en sus vidas se reduzca al mínimo”.
Algunos consejeros han desarrollado alguna estratagema para reducir el vacío entre el oír y el hacer. Dan al aconsejado una tarea especial, algo que debe hacer antes de que se presente a la otra sesión. Esto tiende a eliminar a aquellos que no se esfuerzan. Evita que ambos pierdan el tiempo.
Es algo muy serio llegar al punto en la vida donde podemos escuchar la Palabra de Dios sin ser motivados por ella. Debemos orar por continua sensibilidad a la voz del Señor y con buena disposición para hacer lo que diga.