6 Abril

“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).

 

Este versículo nos presenta una promesa maravillosa, que Dios esté dispuesto a dar a conocer Su voluntad a cualquiera que sinceramente quiera conocerla.

Cuando un pecador llega al fin de sí mismo y en medio de su angustia suplica: “Oh Dios, revélate a mí”, el Señor no se tarda en responderle. Esta es la clase de oración que siempre recibe una amplia respuesta.

En cierta ocasión, un hippy que vivía en una cueva en el Sudeste de los Estados Unidos estaba decidido a dar fin a su vida. Había buscado placer en el licor, las drogas, el sexo y el ocultismo. Pero después de probar todo esto se sentía terriblemente vacío y no podía encontrar la salida a su miseria. Acurrucado en el fondo de la cueva, clamó desde lo profundo de su alma: “Oh Dios, si es que hay Dios, revélate a mí, o terminaré con mi vida”.

No habían pasado ni diez minutos cuando un joven cristiano que “casualmente” pasaba por ahí, metió la cabeza en la boca de la cueva, vio al hippy ermitaño y le dijo: “¿Hola, le importa si le hablo acerca de Jesús?”

¡Ya sabrás lo que sucedió! El hippy escuchó las buenas nuevas de la salvación por medio de la fe en Jesucristo. El Señor le perdonó, le recibió y le dio una nueva vida. Después de orar con todo su corazón, Dios le escuchó y contestó. Nunca he oído de nadie que orando de esa manera se quedara sin oportunidad para conocer al Señor.

Por supuesto, la promesa es también para los cristianos. Si un hombre desea conocer sinceramente cuál es la voluntad de Dios para su vida, Dios se la mostrará. Si quiere saber a qué comunidad debe asistir, Dios se lo mostrará. No importa cuál sea la necesidad, Dios se compromete a satisfacerla si deseamos supremamente conocer Su voluntad. El obstáculo más grande que se interpone entre nosotros y un verdadero conocimiento de la mente de Dios es nuestra falta de deseo desesperado.

Josue G Autor