1 Agosto

“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Proverbios 25:11).

 

La combinación de manzanas doradas engastadas en plata es gratamente apropiada. Las dos van bien. Sucede lo mismo con una palabra de oro hablada en el momento adecuado. “El hombre se alegra con la respuesta de su boca; y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Pr. 15:23).

Una misionera veterana agonizaba de cáncer en un hospital, todavía consciente pero demasiado débil para hablar. Un piadoso anciano se aproxima a la cabecera de su cama precisamente cuando las horas de visita de la tarde están terminando. Inclinándose sobre su cama cita Cantares 8:5, “¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado?” Ella abre sus ojos y sonríe. Éste es su último contacto con este mundo sollozante y sufriente. Antes de romper el alba, dejaba este desierto, apoyada en su Amado. ¡Esa era exactamente la palabra adecuada!

Una familia está paralizada de dolor por la pérdida de un ser querido. Los amigos se agolpan alrededor con mensajes de condolencia, pero nada parece mitigar la congoja. Entonces llega una carta del Dr. H. A. Ironside citando el Salmo 30:5, “Por la noche nos visita el llanto, pero en la mañana viene la alegría”. Esta resultó ser la palabra adecuada del Señor que rompió la cadena del dolor.

Mientras un grupo de jóvenes cristianos van en un largo viaje, uno de ellos comienza a compartir algunas dudas tocante a las Escrituras que ha estado escuchando de uno de los cursos universitarios. Después de escuchar por un tiempo, uno de los pasajeros más tranquilos e ignorados sobrecoge al grupo citando de memoria Proverbios 19:27, “Cesa, hijo mio, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de sabiduría”. ¡Era una manzana de oro engastada en plata!

Me viene a la memoria aquella conocida historia de cómo Ingersoll, estando frente a una grande audiencia, desafió a Dios para que lo hiriera de muerte en cinco minutos, si es que había un Dios. Pasaron los cinco minutos cargados de suspenso. El hecho de que Ingersoll estuviera vivo todavía suponía ser una demostración de que Dios no existe. Súbitamente un cristiano sin nada en particular se puso de pie en la sala y preguntó: “señor Ingersoll, ¿piensa usted que puede agotar la misericordia de Dios en cinco minutos?” Esa palabra dio en el blanco.

La palabra adecuada, hablada en el momento adecuado, es verdaderamente un don de Dios. Bien podríamos envidiar ese don de tal manera que el Espíritu de Dios pueda usarnos para hablar la palabra apropiada de consuelo, estímulo, advertencia o reprensión.

Josue G Autor