28 Diciembre

“Como el que toma un perro por las orejas, así es el que pasa y se entremete en contienda que no es suya” (Proverbios 26:17 BAS).

 

Debemos darnos cuenta, antes de nada, que el perro que se menciona en este versículo no es el amigable y majísimo setter irlandés, que probablemente no se molestaría en absoluto si lo tomaras por las orejas. El versículo se refiere al perro callejero, salvaje y gruñón con los colmillos al desnudo. Sería poco probable que pudieras acercarte lo suficiente para tomarle por las orejas. Pero si pudieras, te enfrentarías a un desesperado dilema; te daría miedo seguir sujetándolo, y te daría miedo soltarlo.

Bien, esta es una ilustración gráfica de la persona que se involucra en una pelea que no le incumbe. Pronto incurre en la ira de ambos adversarios. Ambos sienten que el entremetido está interfiriendo para llevarse las palmas de la victoria, de modo que olvidan sus propias diferencias y se unen peleando contra él.

Sonreímos cuando pensamos en el hombre irlandés que se acercó a dos hombres trabados en una pelea a puñetazos y les preguntó: “¿Es ésta una pelea privada o puede alguien más entrar en ella?” Sin embargo todos, de un modo u otro, somos entrometidos y hay algo que nos tienta a interferir en riñas o peleas que no nos conciernen. Los oficiales de la policía deben ser extremadamente cuidadosos cuando son llamados a una escena donde pelean un esposo y su esposa. Si esto es así, ¡cuánto más cuidadoso debe ser el ciudadano normal de no entrometerse en las luchas domésticas de los demás!

Quizás una de las mejores ilustraciones del proverbio de este día sean los problemas en la iglesia. Por regla general comienza entre dos personas. Luego otros toman partido. Lo que comenzó como una chispa pronto se convierte en una conflicto mayor. Aquellos que no tienen nada que ver con el problema insisten en añadir sus pronunciamientos “sabios”, como si fueran el oráculo de Delfos. La ira se inflama, las amistades se destrozan y los corazones se rompen. A medida que la batalla aumenta en intensidad la congregación oye noticias de infartos, apoplejías, úlceras y otros problemas físicos. Lo que comenzó como una raíz de amargura se disemina hasta que muchos son contaminados.

La advertencia de no entrometerse en contiendas que pertenecen a otros podría dar la impresión de entrar en conflicto con las palabras del Salvador: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5:9). Pero no hay contradicción. Hay lugar para los pacificadores cuando las partes contendientes están dispuestas a que su disputa sea arbitrada, pero no para los que se entremeten y se auto-denominan “mediadores”. De otro modo, aquel que interfiere solamente consigue entrar en una situación de la cual no podrá escapar fácilmente y sin dolor.

Josue G Autor