Vivimos en un mundo donde reinan grandes – o más bien grandísimos – contrastes. Hace poco me llamaron la atención dos noticias emitidas a través de los medios de comunicación.
Primeramente saltó la noticia de que decenas de miles de personas – se estima que entre 50.000 y 100.000 – murieron en cinco meses por la hambruna en el Cuerno de África en 2011, debido a la respuesta tardía de la comunidad internacional. Más de la mitad eran niños menores de cinco años. (Informe difundido en Enero 2012 por las ONG de ayuda humanitaria Oxfam y Save the Children)
“La falta de una acción decisiva por parte de la comunidad internacional, en el momento en que los sistemas de alerta temprana vislumbraron la gravedad de la situación en la zona, ha dejado un desolador balance de miles de muertes innecesarias y millones extra de euros gastados”, apuntaron ambas organizaciones.(Fuente: noticiasdenavarra.com)
Tan sólo unos días más tarde otra noticia asombrosa y vergonzosa es divulgada por los medios de comunicación: “Ochenta y nueve millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año en la UE o, lo que es lo mismo, 179 kilos por habitante. La paradoja la ponen otras cifras: en Europa hay 79 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza y 16 millones dependen de la caridad.
Todos los días se tira a la basura una enorme cantidad de alimentos en perfecto estado y Brusleas calcula que los residuos alimentarios alcanzarán las 126 millones de toneladas en 2020, si no se toman medidas preventivas. Junto a estas consecuencias de la opulencia, se recuerda que en la UE viven 79 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza y que hay en el mundo 925 millones de personas con riesgo de desnutrición”. (Fuente: “Europaxpress”)
Considerando estos hechos nos surgen preguntas inquietantes. ¿Cómo es posible que nuestra sociedad de principios del siglo XXI, una sociedad moderna que presume de su progreso y sabiduría todavía no haya logrado encauzar mejor toda esta problemática? ¿Cuál puede ser el problema fundamental de que haya aun tantas desgracias en nuestro planeta tierra que claman en silencio al cielo?
Seguramente las soluciones siempre son más complicadas de lo que pueda parecer a primera vista y hay un montón de factores implicados en una problemática tan grande. No obstante hay factores fundamentales que contribuyen enormemente a esta grave situación.
Por un lado no podemos negar que situaciones así en cierta medida son producidas por el egoísmo que hay en cada uno de nosotros. Nos importamos muy mucho a nosotros mismos y sólo se nos ocurre pensar en los demás en un grado muchísimo inferior. O acaso ¿alguien se atreve de desmentir esta realidad? Nos preguntamos ¿de dónde nos viene esta tendencia tan innata en cada uno de nosotros? Hay un serio problema afincado en el corazón humano, en la naturaleza humana que nos acompaña desde la cuna. Un libro, que a la vez es mucho más que un mero libro, la Biblia, nos dice: “…porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud…” Génesis 8, 21
Cada uno de nosotros tenemos este problema que la Biblia llama pecado. De allí nos viene esta tendencia que siempre nos tira hacia abajo. El pecado tuvo su origen cuando los primeros hombres decidieron ir por su propio camino sin tener en cuenta las valiosas instrucciones que habían recibido de su creador.
Pero la misma Biblia nos presenta una maravillosa solución, anunciándonos que podemos llegar a ser nuevas criaturas cuando de corazón sincero buscamos al Señor y estamos dispuestos a confiar totalmente en las enseñanzas que Dios nos trasmite por medio de su Palabra. A cada uno nos hace falta buscar “un corazón nuevo” que solo Dios nos puede dar, para que a partir de allí nuestra vida pueda ser transformada y nosotros ser librado poco a poco de esta tendencia egoísta que tantos males produce en este mundo.
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