20 Febrero

“No comeré hasta que haya dicho mi mensaje”
(Génesis 24:33).

Debemos ser como el siervo de Abraham, que tenía un agudo sentido de urgencia con relación a su misión. Esto no significa que tenemos que correr en todas direcciones a la vez, movidos por una prisa nerviosa. La idea aquí es que tenemos que cumplir la tarea que el Señor nos ha asignado como un asunto de máxima prioridad, haciendo nuestra la actitud expresada por Robert Frost:

Los bosques son deliciosos, para salir a caminar, Pero tengo promesas que cumplir Y gran trecho que ir antes de acostarme a descansar.

Amy Carmichael captó el espíritu de estas palabras y escribió: “Los votos de Dios están sobre mí. No me detendré a jugar con las sombras o arrancar las flores terrenales hasta que haya terminado mi obra y rendido cuentas”. En otro lugar escribió: Tan sólo doce cortas horas; Oh, Buen pastor, Haz que en nosotros Este sentido de urgencia nunca muera, Qué junto a Ti busquemos a ovejas en cada collado.

Se ha dicho que Charles Simeon guardaba un cuadro de Henry Martyn en su estudio y que a todos lados en que caminaba por la habitación, parecía que Martyn le miraba y le decía: “Sé ardiente, sé ardiente; no pierdas el tiempo, no pierdas el tiempo”. Y Simeon le replicaba: “Sí, seré ardiente; seré ardiente; no perderé el tiempo, porque las almas perecen y Jesús debe ser glorificado”.

Escuchen la urgencia en las palabras del intrépido apóstol Pablo: “Pero una cosa hago… Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14).

Nuestro bendito Salvador vivió también con un sentido de urgencia, oigámosle decir: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lc. 12:50).
No hay disculpa para que los cristianos se duerman con los remos en las manos.

Josue G Autor