“Por boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mateo 18:16).
Como nos dice la Biblia, si queremos hacer un juicio justo debemos contar con el testimonio de dos o tres testigos. Si hiciéramos caso a este principio, nos ahorraríamos muchísimos problemas.
Tendemos de manera natural a escuchar la versión de una persona y de inmediato decidir a su favor, nos parece convincente y se gana nuestra simpatía. Pero más tarde nos damos cuenta de que éste solamente es un lado de la historia. Cuando escuchamos a la otra parte, caemos en la cuenta de que la primera persona había torcido los hechos o al menos los había dispuesto a su favor. Así: “parece tener razón el primero que aboga por su causa; pero viene su adversario, y le descubre” (Pr. 18:17). Si tomamos una decisión antes de conocer los hechos en su totalidad, procedemos con menos justicia que el sistema judicial del mundo y nos colocamos bajo la censura de Pr. 18:13, “Al que responde palabra antes de oír, le es fatuidad y oprobio”.
Cuando Siba informó a David que Mefiboset pretendía arrebatarle el trono, David aceptó esta calumnia sin investigar y le dio a Siba la propiedad de Mefiboset (2 S. 16:1-4). Más tarde Mefiboset tuvo la oportunidad de contarle al rey cómo ocurrieron en realidad los hechos. Entonces David comprendió que había tomado una decisión sin haber tenido la evidencia suficiente.
El Señor Jesús actuó sobre la base de este principio. Manifestó que no era suficiente que diera testimonio de Sí mismo (Jn. 5:31). Por esta razón añadió otros cuatro testimonios: Juan el Bautista (vv. 32-35); Sus obras (v. 36); Dios el Padre (vv. 37-38); y las Escrituras (vv. 39-40).
Si no logramos reunir el testimonio competente de dos o tres testigos, podemos quebrantar corazones, arruinar reputaciones, dividir iglesias y separar amistades. Si nos apegamos a la Palabra de Dios, no haremos injusticias ni lastimaremos a nadie.