14 Junio

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Romanos 1:18).

 

La ira de Dios es indignación encendida y castigo retributivo en este tiempo y para la eternidad contra aquellos pecadores que no se arrepienten. A. W. Pink ha señalado correctamente que la ira como tal, es una perfección divina como lo son Su fidelidad, poder y misericordia. No es necesario disculparla.

Considerando la ira de Dios, hay algunos hechos que debemos tener en mente.

No hay conflicto entre la ira y el amor de Dios. El verdadero amor castiga el pecado, la rebelión y la desobediencia.

Cuando los hombres rechazan este amor, ¿qué otra cosa queda sino Su ira? Hay solamente dos lugares eternos, el cielo y el infierno. Si los hombres rehúsan ir al cielo, no queda más alternativa que el infierno.

Dios no creó el infierno para los hombres, sino para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). El Señor no desea la muerte del impío (Ez. 33:11), pero para el que rechaza a Cristo no queda alternativa.

La Biblia dice que el juicio es una “extraña operación” de Dios (Is. 28:21). Esto nos sugiere que el Señor prefiere mostrar misericordia (Stg. 2:13b).

En la ira de Dios no hay rencor o animosidad; es una ira justa sin arrebatos ni mancha de pecado.

Ya que Dios solamente puede airarse con justicia absoluta, se nos exhorta a que dejemos la ira en Sus manos y no tratemos de imitarla. Por esta razón Pablo escribe a los romanos: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19). El cristiano es exhortado a mostrar ira justa, pero debe ser justa. No debe convertirse en ira pecaminosa. Y solamente debe ejercitarse cuando está en juego el honor de Dios, nunca en defensa o justificación propia (Ef. 4:26).

Si realmente creemos en la ira de Dios, compartamos el evangelio con aquellos que están todavía en el camino espacioso que lleva a la perdición. Y cuando predicamos sobre la ira de Dios, hagámoslo con solemnidad, y aun con lágrimas de compasión.

Josue G Autor