6 Octubre

“…todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén” (Cantares 5:16).

 

El amor devoto, leal y resuelto de la doncella sulamita por su amado describe la clase de amor que debemos tener por el Amante Eterno de nuestras almas. Notemos los siguientes detalles.

Primero, amaba todo lo que era de él. Exalta la belleza de su complexión, cabeza, cabellos, ojos, mejillas, labios, manos, cuerpo, piernas, aspecto y boca (5:10-16). Nosotros, por supuesto, no pensamos en las características físicas del Señor Jesús, pero sí que debiéramos hacerlo con Sus excelencias morales.

Ella pensaba en él día y noche. Ya fuese trabajando en la viña o recogiéndose por la noche en su alcoba, aun mientras soñaba, él ocupaba su mente y llenaba su visión. Es bueno que nuestro amor por el Señor Jesús sea tan grande que llene nuestro corazón desde la mañana hasta al anochecer.

La sulamita tenía solamente ojos para él. Otros podrían tratar de cortejarla y ganarla con palabras de encendida admiración, mas ella tomaba la alabanza y la aplicaba a su amado. De esta manera, cuando la voz del mundo busca atraernos debemos decir: “Oh, mundo en vano extiende / Tu pompa, encanto y gloria. / He oído una historia más dulce, / He hallado genuína ganancia. / Cristo un lugar me ha preparado/ Donde está mi hogar amado. / Allí a Jesús contemplaré / Y con Dios por siempre moraré”.

Podía hablar de él de buena gana. Su boca hablaba de la abundancia de su corazón. Sus labios eran pluma de escribiente muy ligero. Idealmente, tendríamos que hablar acerca de nuestro Señor con más facilidad y elocuencia que de cualquier otro tema. Desafortunadamente no siempre es así.

La doncella sentía su propia indignidad muy vivamente. Se disculpaba por su apariencia descuidada, por su mediocridad y su insensibilidad hacia él. Cuando pensamos en nuestra pecaminosidad, nuestra predisposición a vagar y nuestra desobediencia, tenemos aún mayor razón para maravillarnos de que Cristo continúe interesado en nosotros.

Su gran deleite era estar con él. Ardientemente anhelaba el tiempo cuando él vendría a pedirla como esposa. Con cuánto mayor deseo debemos esperar la venida del Novio Celestial, para que podamos estar con Él por toda la eternidad.

Mientras tanto, su corazón parecía ser un cautivo indefenso, y confesaba que estaba enferma de amor. Sentía que no podía contenerse más. ¡Aspiremos a tener los corazones cautivados por el Señor Jesús, y que sean llenos hasta rebosar de amor por Él!

Josue G Autor