7 Octubre

“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado” (Filipenses 3:13).

 

El apóstol Pablo no pensaba que ya había llegado y tampoco nosotros debemos pensarlo. Todos necesitamos cambiar. Liu Shao-chi decía: “Los hombres deben considerarse como seres en necesidad de cambiar y capaces de ello. No deben verse a sí mismos como inmutables, perfectos, santos y más allá de cualquier reforma… De otro modo no podrán progresar”.

El problema está en que la mayoría de nosotros nos resistimos a cambiar. Estamos desesperadamente ansiosos de ver cambios, pero en los demás. Sus rasgos curiosos de personalidad nos molestan, y deseamos reformarles. Pero pasamos por alto inconscientemente nuestras propias idiosincrasias o estamos satisfechos con perpetuarlas. Deseamos quitar la paja del ojo de los demás mientras que admiramos la viga que llevamos en el nuestro. Sus fallos y fracasos nos parecen detestables mientras que miramos complacientes a los nuestros.

El problema está en nuestra propia voluntad. Podemos cambiar si en verdad lo deseamos. Si nos enfrentamos al hecho de que hay en nuestro carácter algunos rasgos indeseables, habremos dado el primer paso para convertirnos en personas mejores.

Pero ¿cómo podemos saber qué cambios son necesarios? Una manera de saberlo consiste en dejar que la Palabra de Dios obre como un espejo. Al ir leyéndola y estudiándola, vemos lo que debemos ser y cuánto nos falta para llegar a la meta. Cuando la Biblia condena algo de lo que somos culpables, debemos enfrentar el hecho valientemente y determinar hacer algo acerca de ello.

Otro modo de llegar a saber cuánto nos falta para alcanzar la estatura de Cristo es escuchar cuidadosamente a nuestros parientes y amigos. Algunas veces sus sugerencias nos llegan como en bandeja de plata; en otras ocasiones, como un mazazo. Tanto si las observaciones están veladas como si son francas y abiertas, debemos recibir el mensaje y aceptarlo con agradecimiento.

De hecho, es una excelente práctica cultivar las críticas amables de los amigos. Por ejemplo, podríamos decirles: “Espero que te sientas libre y me hagas saber cualquier rasgo indeseable en mi personalidad o cualquier defecto mío que irrita a los demás”. Y eso es lo que hará un verdadero amigo. Es triste pensar en todas aquellas personas que van por la vida haciéndose insoportables a la iglesia, a su matrimonio y familia, y a la sociedad, sólo porque nadie estuvo dispuesto a venir a cuentas con ellos o no estuvieron dispuestos a cambiar.

Si nos tomamos la molestia y el tiempo de indagar acerca de las áreas donde rozamos e irritamos a los de nuestro alrededor, y tomamos las medidas necesarias para eliminar estas áreas, seremos personas con las que será agradable vivir.

Josue G Autor