2 Marzo

“El fruto del Espíritu es amor…” (Gálatas 5:22).

 

La frase: “el fruto del Espíritu” nos enseña que las virtudes que en seguida se enumeran solamente el Espíritu Santo las puede producir. Un inconverso es incapaz de manifestar cualquiera de estas gracias y hasta los creyentes verdaderos son incapaces de generarlas por su propia fuerza. Cuando hablemos de estas gracias debemos recordar siempre que son de origen sobrenatural y que pertenecen a otro mundo.

El amor del que se habla aquí no es el eros de la pasión, o el filia de la amistad y del afecto, sino el amor ágape, que es la clase de amor que Dios nos ha mostrado y que desea que manifestemos a los demás.

¡Permítanme ilustrarlo! El Dr. T. E. McCully fue el padre de Ed McCully, uno de los cinco jóvenes misioneros martirizados por los indios aucas en el Ecuador. Una noche, cuando el Dr. McCully y yo estábamos de rodillas en Oak Park, Illinois, vino a su pensamiento el Ecuador y el río Curaray que guardaba el secreto del paradero del cuerpo de Ed y oró así: “Señor, permíteme vivir para ver salvos a aquellos que mataron a nuestros hijos y poder abrazarles y decirles que les amo porque ellos aman a mi Cristo”. Al terminar y ponernos de pie, vi las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

Dios contestó esa oración de amor. Más tarde, algunos de aquellos indígenas aucas recibieron a Jesucristo como su Señor y Salvador. El Dr. McCully fue al Ecuador, conoció a los hombres que asesinaron a su hijo, les abrazó y les dijo que les amaba porque ellos amaban a su Cristo.

Éste es el amor ágape. Lo reconocemos porque es imparcial y busca el bien supremo de los demás, atiende al sencillo y al importante, a los enemigos así como a los amigos. Es incondicional, nunca pide nada a cambio, es sacrificado, sin reparar nunca en el costo. Es desinteresado, se preocupa más de las necesidades de los demás que de las suyas propias. Es puro y está libre de todo rastro de impaciencia, envidia, orgullo, revancha o rencor.

El amor es la virtud más grande de la vida cristiana. Sin ella nuestros esfuerzos más nobles son infructuosos.

Josue G Autor