3 Marzo

“El fruto del Espíritu es… gozo” (Gálatas 5:22).

 

El hombre no encuentra gozo verdadero hasta que encuentra al Señor. Sólo entonces conoce lo que Pedro llama el: “gozo inefable y glorioso” (1 P. 1:8).

Cuando las circunstancias son favorables cualquiera puede regocijarse, pero el gozo que es fruto del Espíritu no depende de las circunstancias terrenales. Brota de nuestra relación con el Señor y de las promesas preciosas que nos ha dado. Habría que destronar a Cristo para poder despojar a la iglesia de su gozo.

El gozo cristiano puede coexistir con el sufrimiento. Pablo los une cuando habla de: “toda paciencia y longanimidad con gozo” (Col. 1:11-12). Los santos de Tesalónica habían recibido la palabra “en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Ts. 1:6). A través de los siglos los santos sufrientes han testificado de cómo el Señor les ha dado cánticos en la noche.

El gozo puede convivir con la tristeza. Un creyente puede estar ante el sepulcro de un ser querido, dejar escapar algunas lágrimas de pesar por la pérdida, y sin embargo regocijarse al saber que está en la presencia del Señor. Pero el gozo no puede coexistir con el pecado. Cada vez que un cristiano peca pierde su cántico. Y no es hasta que confiesa y abandona ese pecado, que le es restaurado el gozo de la salvación.

El Señor Jesús decía a Sus discípulos que se regocijaran cuando fueran injuriados, perseguidos y acusados falsamente (Mt. 5:11-12). ¡Y así lo hicieron! No muchos años más tarde, leemos que salieron de la presencia del Sanedrín: “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch. 5:41).

Nuestro gozo aumenta a medida que crecemos en el conocimiento del Señor. Al principio, quizás, podemos regocijarnos en medio de incomodidades pequeñas, enfermedades crónicas y molestias triviales. Pero el Espíritu de Dios desea llevarnos al punto donde podemos ver a Dios aun cuando las circunstancias sean peor que nunca y regocijarnos al saber que Su camino es perfecto. Sabemos que hemos llegado a la madurez espiritual cuando podemos decir con Habacuc: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17-18).

Josue G Autor