16 Mayo

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).

 

El Nuevo Testamento presenta al mundo como un reino que se opone a Dios. Satanás es su gobernante, y los incrédulos son sus súbditos. Este reino atrae a los hombres recurriendo a los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Ésta es una sociedad en la que los hombres tratan de alcanzar la felicidad sin Dios y el nombre de Cristo les incomoda. El Dr. Gleason L. Archer Jr. dice que el mundo es: “un sistema organizado de rebelión, búsqueda de sí mismo y enemistad hacia Dios que caracteriza a la raza humana en oposición a Dios”.

El mundo tiene sus propias diversiones, política, arte, música, religión, modelos de pensamiento y estilos de vida. Obliga a todos a que se conformen a él y aborrece a aquellos que se le resisten. Esto explica el odio que respira contra el Señor Jesús.

Cristo murió para librarnos del mundo. Ahora el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Amar al mundo en cualquiera de sus formas representa una traición al Señor; el apóstol Juan dice que los que aman al mundo son enemigos de Dios.

Los creyentes no son del mundo, sino enviados a él para testificar contra él, denunciar sus obras y su mal, y para predicar cómo ser salvos de él por medio de la fe en el Señor Jesucristo.

Los cristianos son llamados a caminar separados del mundo. Puede que en el pasado algunos hayan limitado o definido demasiado estrechamente lo que es el mundo: el baile, los teatros, fumar, beber, jugar a las cartas y apostar. Pero incluye mucho más: la mayoría de lo que sale en la televisión es mundano, y apela sin cesar a los deseos de los ojos y la carne. El orgullo en todas sus formas y disfraces, trátese de los títulos, los grados académicos, el salario, las herencias o la búsqueda de la fama. Es mundano vivir en medio de lujos, sean casas palaciegas, comidas exquisitas, vestidos ostentosos para llamar la atención, joyería o automóviles de marcas de prestigio. Como también lo es una vida rodeada de comodidades y placer, que gastan su tiempo viajando a ningún lugar en cruceros, derroches de dinero en compras impulsivas, los deportes y el recreo. Nuestras ambiciones y las de nuestros hijos pueden ser mundanas, aun cuando parezcamos espirituales y piadosos. Finalmente, el sexo fuera del matrimonio es una forma de mundanalidad.

Cuanto más consagrados estemos al Salvador y más dedicados a Su servicio, menor será el tiempo que dispondremos para los placeres y las diversiones de este mundo. C. Stacey Woods decía: “La medida de nuestra devoción a Cristo es la medida de nuestra separación del mundo”.

Sólo extranjeros somos y ni una casa aquí deseamos
Sobre esta tierra que sólo una tumba te dio;
Tu cruz los lazos que nos ataban rompió,
Sólo por ti, tesoro nuestro, suspiramos.

                                                   J. G. Deck

Josue G Autor