“Porque yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6).
La inmutabilidad es el atributo de Dios que lo describe como invariable, es decir, que no cambia en lo que respecta a Su ser esencial, Sus atributos y los principios por los que opera.
El salmista contrasta el destino cambiante de los cielos y la tierra con la inmutabilidad de Dios: “…los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo” (Sal. 102:26-27). Santiago describe al Señor como: “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Stg. 1:17).
Hay otras Escrituras que nos recuerdan que Dios no se arrepiente. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Nm. 23:19). “La Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá” (1 S. 15:29).
Pero, ¿cómo debemos entender entonces aquellos versículos que afirman que Dios se arrepiente? “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Gn. 6:6). “Pero Jehová se arrepintió de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel” (1 S. 15:35b). Ver también Éxodo 32:14 y Jonás 3:10.
No hay contradicción. Dios siempre actúa sobre estos dos principios: recompensa la obediencia y castiga la desobediencia. Cuando un hombre cambia de la obediencia a la desobediencia, Dios sigue siendo fiel a Su carácter cambiando del primer principio al segundo. A nuestros ojos parece como si Dios se arrepintiera, y así parece describirlo lo que podríamos llamar el lenguaje de la apariencia humana, pero no denota remordimiento o mutabilidad.
Dios es siempre el mismo. De hecho, ese es uno de sus nombres. “Tú mismo, que no cambias, tú eres Dios de todos los reinos de la tierra” (Is. 37:16 traducido de la versión Darby). Ese nombre también se encuentra en Salmo 102:27.
La inmutabilidad de Dios ha sido un consuelo para Sus santos en todas las épocas, y es tema de muchos de sus cantos. La celebramos en las líneas inmortales de Henry F. Lyte:
Cambio y decadencia alrededor percibo,
Tú que nunca cambias, ¡quédate conmigo!
Es también una cualidad que debemos imitar. Debemos ser estables, constantes y firmes. Si somos vacilantes, veleidosos e inconstantes, representamos mal a nuestro Padre frente al mundo.
“Estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58).