18 Agosto

“No se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe” (1 Reyes 20:11).

 

Aunque estas palabras fueron dichas por un rey impío, Acab, son palabras de verdad. En algunas ocasiones hasta los perversos dicen la verdad.

El rey de Siria había hecho demandas insultantes y degradantes a Acab, amenazando con el desastre militar si no obedecía. Pero en la batalla que siguió, los sirios fueron forzados a la retirada y su rey tuvo que huir por su vida. Su huida no igualó a su jactancia.

El texto de hoy habría sido también un buen consejo para Goliat. Cuando vio que David se aproximaba le dijo: “Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo” (1 S. 17:44). Pero David lo derribó fácilmente con una simple piedra lanzada con su honda. El gigante se había jactado antes de tiempo.

Cuando somos cristianos jóvenes es fácil que sobreestimemos nuestra propia habilidad. Actuamos como si pudiéramos conquistar con una sola mano al mundo, la carne y al diablo. Incluso hasta nos atrevemos a reprochar a los cristianos de más edad por su fracaso en evangelizar al mundo. ¡Les mostraremos cómo hacerlo! Pero nuestra jactancia es prematura. La batalla apenas ha empezado y actuamos como si ya hubiese terminado.

En una reunión informal de creyentes una tarde, el reflector iluminaba a un brillante predicador joven que estaba ahí presente. ¡Éste halló cierta satisfacción al ser el centro de interés! En el grupo estaba también un maestro de escuela dominical que había ejercido una profunda influencia en su vida. Alguien dijo a este maestro: “Debes estar muy orgulloso de tu antiguo alumno”. Su respuesta fue: “Sí, si él continúa bien hasta el fin”. En esa ocasión, el joven predicador pensó que ésa era una nota muy amarga para una tarde tan agradable. Pero más tarde, con la perspectiva de los años, se dio cuenta de que su viejo maestro tenía razón. Lo que cuenta no es cómo te vistes la armadura, sino cómo terminas la batalla.

En realidad la batalla no termina en esta vida. No terminará hasta que estemos delante de nuestro gran Capitán en el cielo. Entonces oiremos cómo evaluó nuestro servicio, la única calificación que cuenta en realidad, y sea cuál sea Su apreciación, no tendremos ninguna base para sobre la cual jactarnos. Diremos humildemente: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer hicimos” (Lc. 17:10).

Josue G Autor