21 Diciembre

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).

 

La iglesia ocupa un lugar de suma importancia en la mente de Cristo, y debe ser extremadamente importante en nuestra estima también.

Sentimos su importancia por el espacio prominente que se le da en el Nuevo Testamento. También reclamó un lugar significativo en el ministerio de los apóstoles. Por ejemplo, Pablo hablaba de su doble ministerio: predicar el evangelio y dar a conocer la verdad de la iglesia (Ef. 3:8-9). Los apóstoles hablaban de la iglesia con un entusiasmo que extrañamente se ha perdido en nuestros días. Dondequiera que iban establecían iglesias, mientras que la tendencia en nuestros días es la de comenzar organizaciones cristianas.

La verdad de la iglesia formaba la piedra final de la revelación bíblica (Col. 1:25-26). Ésta fue la última doctrina importante que se reveló. La iglesia es una enseñanza objetiva para los seres angelicales (Ef. 3:10). Aprenden por medio de ella lecciones extraordinarias acerca de la multiforme sabiduría de Dios.

La iglesia es la entidad sobre la tierra que Dios ha escogido para propagar y defender la fe (1 Ti. 3:15). Se refiere a ella como columna y baluarte de la verdad. Aunque podemos agradecer a todas aquellas organizaciones paraeclesiales que se han dedicado a diseminar el evangelio e instruir a los creyentes, la verdad es que ellas cometen el error de tomar el lugar de la iglesia local en las vidas de sus miembros. Dios prometió que las puertas del Hades no prevalecerían contra la iglesia (Mt. 16:18), pero no dio esta promesa a las organizaciones cristianas.

Pablo se refiere a la iglesia como la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 1:20-23). En gracia maravillosa, la Cabeza no se considera completa a sí misma sin Sus miembros.

La iglesia no es solamente el cuerpo de Cristo (1 Co. 12:12,13); es también Su novia (Ef. 5:25-27, 31, 32). Como cuerpo, es el vehículo a través del que escoge representarse a Sí mismo al mundo en esta época. La novia es el objeto especial de Su afecto, y la está preparando para que comparta Su reino y gloria.

Por todo lo dicho, estamos obligados a concluir que la asamblea más débil y pequeña de creyentes significa más para Cristo que el imperio más grande de este mundo. Él habla de la iglesia con términos de tierno cariño y dignidad única. También concluimos que un anciano en una asamblea local significa más para Dios que un presidente o un rey. No hallamos muchas instrucciones en el Nuevo Testamento acerca de cómo debe ser un buen gobernante, pero se dedica espacio considerable a la obra de un anciano.

Si alguna vez llegamos a ver a la iglesia como el Señor la ve, esto revolucionará nuestra vida y ministerio.

Josue G Autor