22 Diciembre

“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27).

 

Éste es uno de los versículos en el Nuevo Testamento que inquieta en extremo a muchos cristianos ardientes y esmerados. Argumentan de esta manera: estoy luchando con una tentación a pecar. Sé que es malo y que no debo hacerlo, y sin embargo sigo adelante y lo hago. Desobedezco deliberadamente. Me parece que estoy pecando voluntariamente. Por lo tanto, este versículo suena como que he perdido mi salvación.

El problema surge porque toman el versículo fuera de su contexto y hacen que diga algo que jamás tuvo el propósito de decir. El contexto tiene que ver con el pecado de la apostasía: el pecado de aquel que profesa ser creyente durante algún tiempo, pero que más tarde repudia la fe cristiana y se identifica con algún sistema que se opone a Cristo. El apóstata es descrito en el versículo 29: es alguien que ha pisoteado al Hijo de Dios, ha tenido por inmunda la sangre del pacto en la que fue santificado y ha hecho afrenta al Espíritu de gracia. Muestra por su amargo proceder al volverse contra Cristo, que nunca ha nacido de nuevo.

Supongamos que un hombre escucha el Evangelio y desarrolla cálidos sentimientos hacia la fe cristiana. Deja su religión ancestral y adopta el título de cristiano sin ser genuinamente convertido. Pero comienza la persecución y cambia de opinión con respecto a ser identificado como cristiano. Finalmente decide volver a su religión de antes. Pero no es tan fácil. Supongamos que antes de admitirle los líderes deciden que el renegado se retracte. Para esto, montan una pequeña ceremonia por la que éste debe pasar. Toman la sangre de un cerdo y la esparcen por el suelo. Luego le dicen: “Esa sangre representa la sangre de Cristo. Si quieres volver a la religión de tus padres, debes pisarla”. Y así lo hace. En efecto, está pisoteando al Hijo de Dios y teniendo por inmunda Su sangre como una cosa profana. Ese hombre es un apóstata. Ha cometido el pecado voluntario.

Un verdadero creyente no puede cometer este pecado voluntario. Puede cometer otros actos de pecado aun sabiendo que está mal. Puede violar deliberadamente su conciencia. Esto es grave a los ojos de Dios, y no debemos decir nada que lo excuse. Pero todavía puede encontrar perdón si confiesa y abandona su pecado. No así con el apóstata. Para él el veredicto es que ya no queda más sacrificio por los pecados (v. 26b) y es imposible renovarle para arrepentimiento (He. 6:6).

Josue G Autor