12 Junio

“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo…” (1 Pedro 5:10).

 

La gracia de Dios es Su favor y aceptación de aquellos que no lo merecen; quienes de hecho, merecen todo lo contrario, pero que confían en Jesucristo como Señor y Salvador.

Estos son los cuatro textos más conocidos que hablan de la gracia: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). “Siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

Algunos exaltan la gracia de Dios como la principal de todas Sus virtudes. Samuel Davis, por ejemplo, escribió:

¡Gran Dios de los prodigios! Todos tus caminos muestran tus atributos divinos;

Pero las glorias refulgentes de tu gracia sobre tus otras maravillas brillan:

¿Qué Dios hay como tú que el pecado perdona?
O ¿quién como tú que gracia tan rica otorga?

Mas, ¿quién puede decir que uno de los atributos de Dios sea mayor que otro? El Antiguo y el Nuevo Testamento revelan que Dios ha sido siempre un Dios de gracia, pero con la venida de Cristo este aspecto de Su carácter se manifestó de una manera nueva y fascinante.

Cuando llegamos a entender algo de la gracia de Dios, inevitablemente nos convertimos para siempre en adoradores. Nos preguntamos: “¿Por qué me escogió a mí? ¿Por qué el Señor Jesús derramó Su sangre y puso Su vida por alguien tan indigno como yo? ¿Por qué Dios no sólo me salvó del infierno, sino que ahora me bendice con toda bendición espiritual en los lugares celestiales, y me destina a pasar junto a Él la eternidad en el cielo?” ¡Es por esto que cantamos de esta gracia sublime que salvó a semejantes miserables!

Es la voluntad de Dios que Su gracia se reproduzca en nuestra vida y fluya hacia los demás tratándoles con bondad en todas las cosas. Nuestra palabra debe ser siempre con gracia, sazonada con sal (Col. 4:6). Debemos hacernos pobres para enriquecer espiritualmente a los demás (2 Co. 8:9), favorecer y aceptar a los indignos y desagradables.

Josue G Autor