Vivimos en una sociedad de consumo y no podemos negar que en mayor o menor medida cada uno de nosotros estamos envueltos en ella. Solo hay que acercarse a las grandes superficies comerciales y ya estamos rodeados de una inmensa variedad de ofertas de productos. Algunos de ellos son muy necesarios y fundamentales para nuestra vida cotidiana y no nos pueden faltar, pero un gran número son totalmente superfluos, y si no existiesen también podríamos vivir perfectamente.
Por medio de grandes y a veces caras campañas publicitarias que en muchos casos podríamos llamar “campañas de engaño” nos intentan crear las necesidades de comprarnos productos innecesarios y que no pocas veces son de corta duración. Además nos quieren hacer creer que si no los consumimos nos faltará algo importante para ser verdaderamente felices.
El despilfarro consumista ha llevado a la sociedad de consumo a unas situaciones verdaderamente preocupantes. Solo en los últimos 50 años, el crecimiento descontrolado del consumo ha producido grandísimos montones de basura, ha creado serios problemas en la contaminación del aire y del medio ambiente en general. Muchos creen que también el aumento de la temperatura en nuestro planeta es uno de los resultados producidos por aspectos de nuestra sociedad de consumo.
Lamentablemente la idea de un constante y desbordante consumo ha conquistado la mente y el corazón de muchas personas en nuestra sociedad y practicamente se ha convertido en la filosofía de vida de grandes masas.
No pocas personas de nuestras sociedades occidentales se convencieron que su valor depende de las cosas que pueden poseer y consumir. Tanto consumas, tanto vales. Tanto tienes, tanto vales. Pero examinando los resultados de esta filosofía hasta el final, cualquiera se puede dar cuenta de que no es una filosofía que proporciona a la persona lo que verdaderamente necesita.
Solo tenemos que pensar en la realidad de que en países donde hay una sociedad de consumo más desarrollada, la cuota de los suicidios es muy alta. Aparte de esto tenemos la triste realidad de que siempre de nuevo llegan a nuestros oídos noticias de personas especialmente ricas, que han consumido todo lo que hay por consumir en esta tierra, pero que por fin tristemente no saben hacer otra cosa que quitarse la vida.
Es evidente que el sentido de la vida y la verdadera felicidad no los podemos encontrar en un estilo de vida sumergido en un consumismo desbordante. Debemos admitir que el ser humano, aparte de tener una faceta material, inequivocamente también tiene una realidad espiritual innata en sí mismo.
Todos sabemos que tenemos unas necesidades básicas en la vida que todos deseamos que estén cubiertas, y debemos estar sumamente agradecidos de que vivamos en países donde, hasta la fecha, estas necesidades las hemos podido cubrir con más o menos dificultad. Sin embargo, nos conviene aprender de nuevo a desarrollar una forma de pensar más profunda en lugar de dejarnos arrastrar por las corrientes que nos rodean y descubrir que tenemos una necesidad espiritual en nuestra vida, la cual se trata de cubrir.
Ya hace muchos años el gran Maestro nos ensenó: “ ..la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” Lucas 12, 15. Delante de nosotros queda el gran reto de no quedarnos sumergidos en la sociedad de consuma, sino de tener el valor de levantarnos y ir de una vez para siempre en búsqueda de Aquel que verdaderamente nos promete darnos una vida verdadera – Jesucristo. Él dijo hace muchos años palabras que todavía tienen su plena validez. “Yo soy el pan de la vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”
Te puedo asegurar que en este caso no se trata de una publicidad engañosa, sino que es una realidad bien avalada por muchísimas personas que a lo largo de toda la historia desde la venida de Cristo al mundo hasta nuestros días lo han experimentado y testificado. Tú puedes ser uno/a más en esta larguísima lista.
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