Para nosotros hoy día, 100 años después, su nombre es una metáfora de desastre y tragedia: “Titanic”. Pero para las más de 2.200 personas a bordo en los primeros días de su viaje inaugural, era todo el contrario, siendo el barco de pasajeros más grande y lujoso del mundo y dando a todos un gran sentido de seguridad y confianza. Aunque muchos factores y hasta casualidades contribuyeron a la tragedia, a fin de cuentas hay que echar la culpa sobre todo a la actitud de la gente, desde los constructores y dirigentes hasta la tripulación y pasajeros. A pesar de recibir avisos sobre la presencia de icebergs, siguieron a toda velocidad. ¿Qué importa un iceberg, ya que el Titanic era considerado “insumergible”? El mismo día del accidente, cancelaron un simulacro de los botes salvavidas. ¿Quién necesita un bote salvavidas si, como se oía decir, “Dios mismo no puede hundir este barco”?
De hecho, aunque el Titanic tenía un gimnasio, una pista de tenis, una piscina, una biblioteca, una oficina de correos y muchos otros lujos y novedades, le faltaba precisamente esta cosa. Tenía suficientes botes salvavidas solamente para 1.178 personas aunque su capacidad total era de 3.300 personas entre pasajeros y tripulación. Lo más lamentable de todo es el hecho de que había sido diseñado para llevar suficientes botes salvavidas para todos, pero luego iban bajando su número porque pensaban que en caso de un accidente, habría tiempo de sobra para hacer un rescate.
Además, no querían tantos botes salvavidas porque estorbaban la vista desde la cubierta más alta. Aún después de chocar con el iceberg, muchos de los pasajeros no querían meterse en los botes salvavidas – pensando que todavía estaban más seguros en el Titanic – y por lo tanto unos de éstos fueron lanzados medio vacíos, resultando finalmente en la pérdida de aún más vidas. Aunque tal arrogancia y confianza en sí mismo eran características de una época que se creía capaz de vencer cualquier problema con los grandes avances en la tecnología y en la economía, no era nada nuevo en el ser humano.
Unos tres mil años antes un salmista en Israel ya notó la diferencia entre esta actitud y otra opuesta: “Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos.” (Salmo 20:7) La epístola de Santiago nos habla también del peligro de creerse invencible y hacer planes sin contar con Dios: “Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Sólo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestra arrogancia; toda jactancia semejante es mala.” (Santiago 4:13-16) ¿De qué clase eres tú?
Aunque entre los pasajeros del Titanic se encontraron unas de las personas más ricas y famosas del mundo, como John Jacob Astor o Isidor Straus, el barco llevaba también más de mil emigrantes de Inglaterra, Irlanda y los países nórdicos, buscando una nueva vida en América. Durante los primeros cuatro días del viaje, las tres clases de pasajeros que no mezclaron entre sí. Pero todo esto cambió al final, con todos mezclados tanto dentro de los botes salvavidas como en la cubierta del Titanic cuando finalmente se hundió. Se puede suponer que John Jacob Astor no tardó más tiempo en morirse en las frías aguas del atlántico que cualquier desconocido de tercera clase.
La verdad es que al final, no había tres clases de personas, sino solo dos: los que se salvaron, unos 705, y los que no, unos 1.520. Como es propio de tales sucesos, había muchas historias de valor y valentía, y otras de cobardía y vergüenza. En los botes salvavidas que no eran de todo llenos, se debatieron si deberían volver para intentar salvar a otros, y en casi todos los casos decidieron que no, no queriendo arriesgar sus propias vidas. Por otro lado, había casos de personas que negaron entrar en los botes salvavidas para que otras pudieran tomar sus lugares, así dando sus vidas para salvar a otros. Entre éstos se destacó un predicador escocés llamado John Harper, quien iba rumbo a Chicago para servir como pastor interino de la famosa iglesia Moody. Hizo todo lo posible para salvar las vidas de otros pasajeros, pero les exhortó también a entregar sus vidas al único capaz de darnos vida no solo en esta vida sino también en la que viene: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos.” (1 Timoteo 2:5-6) John Harper reconoció que en la eternidad también solo habría dos clases de personas: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna … El que cree en El no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Juan 3:16,18) ¿De qué clase eres tú?
Fuente:www.e-decision.org/
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