23 Septiembre

“En su consejo no entre mi alma” (Génesis 49:6).

 

Estas palabras forman parte de la bendición que Jacob pronunció a sus hijos. Cuando recordó la crueldad con la que Simeón y Leví trataron a los hombres de Siquem, dijo: “En su consejo no entre mi alma”.

Me gustaría tomar estas palabras y darles una aplicación más amplia. Hay secretos vinculados al pecado que es mejor no conocer.

La tentación pone una cara bonita y sugiere que nunca podremos ser felices a menos que nos iniciemos en sus misterios. Nos brinda sensaciones estremecedoras, gratificación física, fuertes emociones y el encanto de lo desconocido.

Muchos, especialmente los que han vivido protegidos y no han sido expuestos a estas cosas, sienten una atracción por ellas. Sienten que se han perdido los placeres verdaderos y se consideran en desventaja. Creen que a menos que prueben del mundo nunca podrán estar satisfechos.

El problema es que el pecado nunca viene solo. Hay riesgos incluidos y consecuencias permanentes. Cuando experimentamos cualquier pecado por primera vez, desatamos un diluvio de dolor y remordimiento.

Ceder a la tentación debilita nuestra resistencia al pecado. Una vez que hayamos cometido un pecado, siempre será más fácil hacerlo la próxima vez. Pronto nos hacemos expertos en el pecado y hasta nos esclavizamos a él, atados con las cadenas del hábito.

En el momento en que nos rendimos ante la tentación, nuestros ojos se abren a un sentimiento de culpa que no habíamos conocido antes. Al regocijo de descifrar el código secreto del pecado le sigue un terrible sentido de desnudez moral. Es verdad que el pecado puede confesarse y ser perdonado, pero a través de toda la vida está presente el desconcierto de encontrarse a aquellos con quienes nos unimos en la transgresión. La punzante memoria cuando inevitablemente volvemos a visitar los lugares de nuestra locura. Se presentan ocasiones indeseadas en las que el sórdido episodio reaparece en los momentos más sagrados; entonces nuestros cuerpos palpitan y nuestros labios apenas dejan escapar un gemido.

Aunque es maravilloso experimentar el perdón de Dios por estos pecados, es mucho mejor no entrar en sus secretos. Lo que se presenta ante nosotros como un secreto atractivo se convierte en una pesadilla. El placer pronto se transforma en horror y un momento de pasión resulta en toda una vida de pesares.

En la hora de la prueba nuestra respuesta debe ser: “En su consejo no entre mi alma”.

Josue G Autor