20 Octubre

“David deseó entonces, y dijo: ¡Quién me diera de beber de las aguas del pozo de Belén, que está a la puerta!” (1 Crónicas 11:17).

 

Belén era la ciudad natal de David. Conocía bien todas sus calles y callejones, el mercado y la comunidad. Pero ahora los filisteos tenían una guarnición en Belén y David estaba escondido en la cueva de Adulam.
Cuando tres de sus hombres oyeron que David suspiraba por un trago de agua del pozo de Belén, se abrieron paso en las líneas enemigas y le trajeron el agua. Estaba tan conmovido por su acto valiente de amor y devoción que no pudo beber el agua, sino que la derramó como una libación para el Señor.

Podemos pensar que David en este texto es como una descripción del Señor Jesús. Así como Belén era la ciudad de David, del mismo modo: “de Jehová es la tierra y su plenitud”. David debía estar sentado en el trono pero estaba en una cueva. De manera similar, nuestro Señor debiera ser entronizado por el mundo y en lugar de eso es rechazado y se le desconoce.
Podemos comparar el deseo de David por agua con la sed del Salvador por las almas de los hombres del mundo. Anhela refrescarse viendo a sus criaturas salvas del pecado, de sí mismas y del mundo. Los tres valientes de David describen a aquellos intrépidos soldados de Cristo que dejan a un lado las consideraciones de bienestar, conveniencia y seguridad personal, para cumplir el deseo de su Comandante en jefe. Llevan las buenas nuevas a todo el mundo, para luego ofrecer sus convertidos al Señor como un sacrificio de amor y devoción. La reacción emotiva de David sugiere la respuesta del Salvador cuando ve a Sus ovejas reuniéndose alrededor de Él de toda tribu y nación. Ve el fruto de la aflicción de Su alma y queda satisfecho (Is. 53:11).

En el caso de David, no tuvo que ordenar, persuadir o engatusar a sus hombres. Basta que se le escapara un pequeño suspiro de deseo; lo recibieron como una orden de su comandante.

¿Qué haremos, cuando sabemos cuál es el deseo del corazón de Cristo por aquellos que compró con Su sangre preciosa? ¿Necesitamos presiones o súplicas misioneras y “llamadas de altar”? ¿No es suficiente oírle decir: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” ¿Se dirá de nosotros que no estamos dispuestos a hacer por nuestro Comandante lo que los hombres de David hicieron por el suyo? Le diremos: “Tu más pequeño deseo es para mí una orden”.

Josue G Autor