“¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo? Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre de Jehová” (Salmo 116:12-13).
En lo que respecta a la salvación de nuestras almas, nada hay que podamos hacer para ganarla o merecerla. Dios no está en deuda con nosotros así como tampoco podemos reembolsarle nada, porque la salvación es un don de pura gracia.
La respuesta adecuada a la oferta gratuita de Dios de la vida eterna es, en primer lugar, tomar la copa de la salvación, esto es, aceptarla por fe, entonces debemos invocar el nombre del Señor, es decir, agradecerle y alabarle por Su don inefable.
Aún después de haber sido salvos no hay nada que podamos hacer para recompensar al Señor por todos Sus beneficios para con nosotros. “Aun dándole todo mi ser, queda pequeña la ofrenda”. Sin embargo, hay una respuesta apropiada que podemos dar, y es lo más razonable que podemos hacer. “Amor tan asombroso y divino, demanda mi alma, mi vida, mi todo”.
Si el Señor Jesús dio Su cuerpo por nosotros, lo mínimo que podemos hacer es dar nuestros cuerpos por Él.
Pilkington de Uganda decía: “Si Él es Rey, tiene derecho a todo”. C. T. Studd escribió: “Cuando me di cuenta de que Jesucristo había muerto por mí, no me pareció difícil entregárselo todo a Él”.
Borden de Yale oró: “Señor Jesús mi voluntad ya no cuenta en mi vida y te pongo en el trono de mi corazón”.
Betty Scott Stam decía en oración: “Me doy a mí misma, mi vida, mi todo, enteramente a Ti, para ser Tuya para siempre”.
Charles Haddon Spurgeon decía: “Aquel día cuando me rendí al Señor, le entregué mi cuerpo, mi alma, mi espíritu; le di todo lo que tenía, y todo lo que tendré en el tiempo presente y por la eternidad. Le entregué todos mis talentos, mis poderes, mis facultades, mis ojos, mis oídos, mis miembros, mis emociones, mi juicio, toda mi virilidad, y todo lo que de ésta pudiese venir”.
Finalmente, Isaac Watts nos recuerda que: “gotas de pena no podrán pagar la gran deuda de amor que debo yo”, añadiendo después: “Te entrego mi ser, amado Señor, pues es lo único que puedo hacer”.
La pasión del Señor Jesús, Sus manos y pies ensangrentados, Sus heridas y Sus lágrimas demandan una respuesta apropiada: el sacrificio de nuestras vidas para Él.