5 Noviembre

“Manteniendo la fe y buena conciencia” (1 Timoteo 1:19).

 

La conciencia es un mecanismo de control que Dios ha dado al hombre para aprobar la conducta recta y protestar contra la equivocada. Cuando Adán y Eva pecaron, sus conciencias les condenaron y supieron que estaban desnudos.

Como las demás partes de la naturaleza humana, la conciencia fue afectada con la entrada del pecado, de modo que no siempre es plenamente confiable. La vieja máxima: “Deja que tu conciencia sea tu guía”, no es una regla inalterable, ni mucho menos. Sin embargo, aun en los más depravados, la conciencia todavía destella sus señales rojo y verde.

En el momento de la conversión la conciencia de una persona es purificada de obras muertas por la sangre de Cristo (He. 9:14). Esto significa que ya no depende de sus propias obras para conseguir una posición favorable ante Dios. Su corazón está purificado de mala conciencia (He. 10:22), porque sabe que la cuestión del pecado ha sido resuelta de una vez por todas por la obra de Cristo. La conciencia no le condena nunca más en lo que respecta a la culpa y condenación del pecado.

De ahí en adelante el creyente desea conservar una conciencia irreprensible ante Dios y ante los hombres (Hch. 24:16). Anhela tener una buena conciencia (1 Ti. 1:5, 19; He. 13:18; 1 P. 3:16) y una limpia conciencia (1 Ti. 3:9).

La conciencia del creyente necesita ser educada por el Espíritu de Dios a través de la Palabra de Dios. De este modo, desarrolla una sensibilidad creciente hacia áreas cuestionables de la conducta cristiana.

Los creyentes que son excesivamente escrupulosos sobre asuntos que no son ni buenos ni malos en sí mismos, tienen una conciencia débil. Pecan si hacen algo que sus conciencias les reprochan (Ro. 14:23) y contaminan su conciencia (1 Co. 8:7).

La conciencia se parece a una goma elástica. Cuanto más se estira, más elasticidad pierde. La conciencia también se puede ahogar. Un hombre puede justificar tanto su mala conducta, hasta el punto de que la conciencia dice lo que él quiere que diga.

Los incrédulos pueden tener una conciencia cauterizada (1 Ti. 4:2), como si estuviera quemada por un hierro al rojo vivo. Por el rechazo continuo de la voz de la conciencia, finalmente llegan al punto donde ya no les duele pecar (Ef. 4:19).

Dios hace responsable al hombre por lo que hace con su conciencia. No se puede abusar con impunidad de ninguna facultad dada por Dios.

Josue G Autor