“Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán” (Isaías 51:11).
En este escenario, la profecía de Isaías esperaba el retorno gozoso del pueblo escogido de Dios de su cautividad en Babilonia, la cual duró setenta años.
También puede referirse a la todavía futura restauración de Israel cuando el Mesías los reúna de todas partes del mundo en la tierra que les prometió. Aquél también será un tiempo de gran júbilo.
Pero en un sentido más amplio, podemos aplicar el versículo al rapto de la Iglesia. Despertada por la voz de mando del Señor, voz de arcángel y trompeta de Dios, los cuerpos de los redimidos de todas las épocas se levantarán de la tumba. Los creyentes vivos entonces, transformados en un abrir y cerrar de ojos se unirán a la multitud al ascender para encontrar al Señor en el aire. Es entonces cuando comienza el gran cortejo a la casa del Padre.
Es muy probable que toda la ruta esté flanqueada por huestes angelicales. Al frente de la procesión irá el Redentor mismo, resplandeciendo con Su gloriosa victoria sobre la muerte y la tumba. Enseguida seguirán las multitudes redimidas, de cada tribu, lengua, pueblo y nación. Diez mil veces diez mil y miles de veces, cantarán con toda perfección musical: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”.
Cada uno de la multitud es un trofeo de la maravillosa gracia de Dios. Cada uno fue redimido del pecado y la vergüenza, y hecho una nueva criatura en Cristo Jesús. Algunos pasaron por profundos sufrimientos a causa de su fe, otros pusieron su vida por el Salvador. Mas ahora todas las cicatrices y mutilaciones no existen ya, y los santos tienen cuerpos inmortales glorificados.
Abraham y Moisés están allí, así como David y Salomón. Ahí están los amados Pedro, Santiago, Juan y Pablo así como Martín Lutero, Juan Wesley, Juan Knox y Juan Calvino. Pero ahora éstos no son más dignos de atención que los escondidos de Dios, desconocidos en la tierra pero bien conocidos en el cielo.
Ahora los santos marchan al palacio del rey. Las penas y el gemido se han ido para siempre y hay gozo perpetuo sobre sus cabezas. La fe se ha convertido en vista y la esperanza recibe su largamente esperada consumación. Los amados se saludan uno a otro con fervientes abrazos. Prevalece una desbordante alegría. Cada uno se asombra de la gracia maravillosa que les ha llevado desde las profundidades del pecado hasta estas alturas de gloria.