“Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19).
En el momento cuando nos convertimos, pensamos que es tan simple y maravilloso que cuando se lo contemos a todos nuestros parientes, desearán entregarse al Salvador. En vez de esto, en algunos casos encontramos que están resentidos, recelosos y hostiles. Actúan como si hubieran sido traicionados. Encontrándonos en esta atmósfera, a menudo respondemos de tal manera que somos un estorbo para que crean en Cristo. Algunas veces les devolvemos el golpe para luego volvernos distantes, melancólicos e introvertidos. Los criticamos por su estilo de vida no cristiano, olvidando que no tienen el poder divino necesario para hacer frente a las normas cristianas. Es fácil bajo tales circunstancias dar la impresión de que nos consideramos superiores a ellos. Ya que es probable que nos acusen de una actitud de “soy más santo que tú”, debemos evitar cuidadosamente darles algún motivo para que piensen así.
Otro error que a menudo cometemos es hacerles tragar por la fuerza el evangelio. En nuestro amor por ellos y celo por sus almas, empleamos un modo ofensivo de evangelización que provoca su alejamiento de nosotros.
Una cosa lleva a la otra. No mostramos sumisión amorosa a nuestros padres porque no entendemos que nuestra fe cristiana no nos libera de la obligación de obedecerles. Después nos ausentamos con más frecuencia del hogar pasando el tiempo en los cultos de la iglesia y con otros cristianos. Esto a su vez aumenta su resentimiento contra la iglesia y los cristianos. Cuando Jesús sanó al poseído por los demonios, le dijo que volviera a su hogar y contara a sus amigos cuán grandes cosas había hecho el Señor por él. Lo primero que debemos hacer es dar un testimonio sencillo, humilde y amoroso de nuestra conversión.
Esto debe ir acompañado por el testimonio de una vida cambiada. Nuestra luz debe brillar delante de ellos para que puedan ver nuestras obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo (Mt. 5:16).
Eso nos llevará a mostrar a nuestros padres una nueva sumisión, amor, respeto y honra, tomando en cuenta sus consejos a menos que éstos contradigan la Escritura. Debemos ser mas aplicados en el hogar de lo que fuimos antes, limpiando nuestra habitación, fregando platos, sacando la basura, y todo sin que nos lo pidan.
Esto significará aceptar las críticas con paciencia sin tomar represalias. Quedarán agradablemente sorprendidos por nuestro espíritu quebrantado, especialmente si no lo han visto antes. Con pequeñas muestras de bondad podemos romper la oposición: cartas de agradecimiento, llamadas telefónicas y regalos. En vez de aislarnos de nuestros padres, debemos pasar tiempo con ellos en un esfuerzo por fortalecer las relaciones. Entonces se sentirán más inclinados a aceptar una invitación para asistir a una reunión de la iglesia con nosotros, y quizás con tiempo a comprometerse con el Señor Jesucristo.