20 Noviembre

“Tened cuidado, que nadie estropee vuestra fe con intelectualismo o locuras grandilocuentes. ¡Éstas están fundadas en las ideas que tienen los hombres acerca de la naturaleza del mundo y no toman en cuenta a Cristo!” (Colosenses 2:8 parafraseado por Phillips).

 

La palabra griega que Phillips traduce como “intelectualismo” es la misma de la que proviene la palabra “filosofía”. Básicamente significa amor por la sabiduría, pero más tarde adquirió otro significado, es decir, la búsqueda de la realidad y el propósito de la vida.

La mayoría de los filósofos se expresan en un lenguaje complicado y grandilocuente. Sus palabras, incomprensibles para una persona normal; apelan a aquellos que les gusta emplear su poder intelectual para revestir las especulaciones humanas con palabras difíciles de entender.

Francamente, las filosofías humanas no sirven de mucho. Phillips se refiere a ellas como “intelectualismo y locuras grandilocuentes”. Están basadas en las ideas que tienen los hombres acerca de la naturaleza de las cosas, y ellos no hacen caso de Cristo. Se cita al famoso filósofo Bertrand Russell, que decía al final de su vida: “La filosofía ha demostrado ser un fracaso para mí”.

Al cristiano sabio no se le puede engañar con las locuras grandilocuentes del seudo intelectualismo de este mundo. Se niega a inclinarse ante al altar de la sabiduría humana. Por el contrario, sabe bien que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento se encuentran en Cristo. Así que, pone a prueba todas las filosofías humanas por medio de la Palabra de Dios y como resultado, las rechaza porque ve que se oponen a las Escrituras.

No cambia de parecer cuando los filósofos salen en primera plana con algún nuevo ataque contra la fe cristiana. Es suficientemente maduro para juzgar y percatarse de que no puede esperar nada mejor de ellos.

No se siente inferior por no poder conversar con los filósofos utilizando palabras de muchas sílabas o seguirles en sus razonamientos complicados. Se siente desconfiado ante la incapacidad de ellos para dar a conocer su mensaje con sencillez y se regocija de que el evangelio puede entenderlo el hombre común, por ignorante que éste sea.

Detecta en los filósofos la trampa de la serpiente: “…seréis como dioses” (Gn. 3:5). El hombre es tentado a exaltar su mente y sus poderes intelectuales por encima de la mente de Dios. Pero el cristiano sabio rechaza la mentira del diablo. Derriba argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Co. 10:5).

Josue G Autor