7 Julio

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

 

Consideradas en sí mismas, las aflicciones del tiempo presente pueden ser espantosas. Reflexiono en los horribles sufrimientos de los mártires cristianos. Pienso en lo que algunos del pueblo de Dios han tenido que soportar en los campos de concentración. ¿Qué diremos acerca de los horribles sufrimientos asociados con la guerra? ¿Los crueles desmembramientos y parálisis relacionados con los accidentes? ¿El dolor indecible de los cuerpos humanos atormentados por el cáncer u otras enfermedades?

Y sin embargo, el sufrimiento físico tan sólo es parte de la historia. En ocasiones parece que el dolor corporal es más fácil de sobrellevar que la tortura mental. ¿No es lo que Salomón tenía en mente cuando escribió: “El ánimo del hombre soportará su enfermedad; más ¿quién soportará al ánimo angustiado?” (Pr. 18:14)? Están las aflicciones que vienen con la infidelidad en la relación matrimonial, con la muerte de un ser amado o con la desilusión que viene tras un sueño hecho pedazos. Nos acongojamos al ser abandonados, y al ser traicionados por un amigo cercano. A menudo nos asombramos ante la capacidad de la constitución humana para soportar los golpes, las agonías y los dolores aplastantes de la vida.

Vistas por ellas mismas, estas aflicciones son abrumadoras. Pero cuando se ven junto a la gloria venidera, sólo son pinchazos de alfiler. Pablo dice de éstas que no son: “comparables con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros”. Si los sufrimientos son tan grandes, ¡cuánto más grande debe ser la gloria!

En otro pasaje, el apóstol Pablo se entrega a un delicioso estallido de imágenes espirituales cuando dice que: “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17). Visto a gran escala, las aflicciones son peso pluma mientras que la gloria tiene un peso infinito. Si las juzgamos por el calendario, las aflicciones son momentáneas mientras que la gloria es eterna.

Cuando veamos al Salvador al final de la jornada, los sufrimientos de este tiempo presente se desvanecerán convirtiéndose en una insignificancia.

Cuando veamos a Jesús, todo habrá valido la pena.
Aun la prueba más grande, aquel día se verá pequeña.
Una mirada de su rostro amado, toda pena borrará,
Con tal de ver a Cristo, con valor el paso apretaré.

                                                        Esther K. Rusthoi

Josue G Autor