“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).
Vivimos en una época cuando las sectas se multiplican con asombrosa rapidez. En realidad no hay nuevas sectas; son solamente variaciones de grupos heréticos que surgieron en los días del Nuevo Testamento. Es su variedad la que es nueva, no sus dogmas básicos.
Cuando Juan dice que debemos probar los espíritus, quiere darnos a entender que debemos probar a todos los maestros por medio de la Palabra de Dios, para que podamos detectar a aquellos que son falsos. Hay tres áreas fundamentales donde las sectas quedan al descubierto como falsificaciones. Ninguna secta puede pasar estas tres pruebas.
La mayoría de las sectas son fatalmente defectuosas en su enseñanza referente a la Biblia. No la aceptan como la inerrante Palabra de Dios, la revelación final de Dios al hombre. Igualan su autoridad con los escritos de sus propios líderes. Reclaman tener nuevas revelaciones del Señor y se jactan de esta “verdad nueva”. Publican su propia traducción de las Escrituras que tuerce y pervierte la verdad. Aceptan la voz de la tradición a la par con la Biblia. Manejan la Palabra de Dios fraudulentamente.
La mayoría de las sectas son heréticas en sus enseñanzas acerca de nuestro Señor. Niegan que es Dios, la Segunda Persona de la Santa Trinidad. Admiten que es el Hijo de Dios, pero con esto dan a entender algo menos que igualdad con Dios el Padre. A menudo niegan que Jesús es el Cristo, enseñando que el Cristo es una influencia divina que vino sobre el hombre Jesús. Con frecuencia niegan la verdadera humanidad impecable del Salvador.
Una tercera área en la que las sectas se condenan es en lo que enseñan tocante al camino de salvación. Niegan que la salvación es por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo solamente. Cada una de ellas enseña otro evangelio, es decir, salvación por las buenas obras o buena conducta.
Cuando los propagadores de estas sectas llegan a nuestra puerta, ¿cuál debe ser nuestra respuesta? Juan no nos deja en duda: “no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le saluda, participa en sus malas obras” (2 Juan 10:11 traducido de la Biblia parafraseada por Phillips).