14 Julio

“Antes bien, renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2).

 

En la página anterior, notamos tres áreas en las que las sectas quedan al descubierto como equivocadas en lo que respecta a la fe cristiana que ha sido una vez dada a los santos. Hay otras características de las sectas de las cuales no sólo debemos ser conscientes, sino que también las debemos evitar cuidadosamente en nuestras propias asambleas cristianas.

Por ejemplo, sus líderes construyen lo que podríamos llamar culto a la personalidad, presentándose a sí mismos como unos mesías o prodigios. Los hombres con carisma ejercen a menudo un control severo y autocrático sobre el pueblo, demandando sumisión y amenazando con medidas extremas de castigo si no obedecen.

Con frecuencia afirman ser poseedores exclusivos de la verdad, haciendo declaraciones arrogantes acerca de sus distintivos doctrinales y critican a todos los otros grupos que no están de acuerdo. Algunos dicen combinar lo mejor de otras doctrinas para así tener la última palabra. Presumen que nadie puede ser plenamente feliz a menos que sea iniciado en sus misterios.

Tratan de aislar a sus miembros de todos los demás maestros, de todo aquel que profesa ser creyente y de libros escritos por otros que no sean los de sus propios líderes.

A menudo prescriben un estilo de vida legalista que viene a convertirse en un sistema de esclavitud. Igualan la santidad a ciertos rituales y observancias que los hombres pueden hacer por su propia fuerza y no por la vida divina.

Explotan a la gente financieramente por medio de un sistema de astutas manipulaciones psicológicas. Los jefes viven en el esplendor y el lujo, mientras que sus seguidores son reducidos a la pobreza.

Muchas de las sectas son asaltantes de ovejas, que conducen ataques contra otras instituciones religiosas en vez de alcanzar a los que todavía están fuera de la iglesia.

Ponen énfasis incorrecto sobre una o más doctrinas, descuidando por completo áreas vitales de la revelación divina. Tratan a aquellos que enseñan la verdad como enemigos. Por esto Pablo les preguntó a los gálatas legalistas: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gá. 4:16).

Es lamentable que algunas de estas actitudes o acciones se introduzcan en asambleas sanas, pero mientras estemos en el cuerpo, tenemos que guardarnos contra ellas celosamente.

Josue G Autor