“…sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos” (Hechos 5:15).
El pueblo reconocía que el ministerio de Pedro era un ministerio de poder. A donde quiera que iba, los enfermos eran sanados. ¡No es de extrañar que la multitud deseara cobijarse bajo su sombra! El apóstol ejercía una tremenda influencia.
Cada uno de nosotros proyecta una sombra. Inevitablemente influenciamos las vidas de aquellos con quienes estamos en contacto. Herman Melville escribió: “No podemos vivir solamente para nosotros mismos. Nuestras vidas están relacionadas por miles de hilos invisibles y a través de estas fibras compasivas, nuestras acciones van como causas y regresan como efectos”.
Estás escribiendo un evangelio, / un capítulo cada día, / por los hechos que tú haces, / por las palabras que dices. /Los hombres leen lo que escribes, / Si es desleal o sincero. / ¡Dí! Según tú, ¿Qué es el evangelio?
Cuando se le preguntó a un hombre cuál de los evangelios era su favorito, contestó, “El evangelio según mi madre”. Y Juan Wesley dijo una vez: “He aprendido más del cristianismo por medio de mi madre que por todos los teólogos de Inglaterra”.
Es aleccionador darse cuenta de que alguien observa a cada uno de nosotros y piensa: “Esto es lo que un cristiano debe ser”. Puede ser un hijo o hija, un amigo o vecino, un maestro o estudiante. Tú eres su héroe, su modelo, su ideal. Te observa más de cerca de lo que piensas. Tu vida de negocios, tu vida de iglesia, tu vida de familia, tu vida de oración, todos éstos fijan el modelo que será alguna vez imitado. Deseará que tu sombra lo cubra.
Generalmente pensamos que las sombras son nada. Pero la sombra espiritual que proyectamos es algo real. Así que debemos hacernos esta pregunta: ¿Cuándo en el último gran recuento / aquellos que he conocido deben partir? / ¿Este toque mío fugaz y diminuto / habrá añadido gozo o pesar? / ¿Aquel que revisa su inventario / de nombre, tiempo y lugar / dirá: “Aquí una influencia bendita vino”? / O “¿He aquí el rastro del maligno?” (Strickland Gillilan).
Robert G. Lee escribió: “No puedes evitar que lo que eres, dices o haces, deje de afectar a los demás, así como tampoco puedes impedir que tu cuerpo proyecte una sombra cuando está expuesto al sol. Lo que eres por dentro se deja ver por fuera sin ninguna ambigüedad. Ejerces una influencia que el simple lenguaje y la fuerte persuasión son incapaces de expresar”.