14 Diciembre

“…para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43:7).

 

Una de las grandes tragedias de nuestra existencia es ver cómo tantos hombres y mujeres desperdician sus vidas. El hombre, después de todo, fue hecho a la imagen y semejanza de Dios. Fue destinado a un trono y no a un taburete. Fue creado para ser representante de Dios y no un esclavo del pecado. En respuesta a la pregunta: “¿Cuál es el fin principal del hombre?” El Catecismo Menor nos recuerda que: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios, y disfrutar de él por siempre”. Si no comprendemos esto, no entendemos nada.

J. H. Jowett llora al darse cuenta de que el proceder de mucha gente a través de los años “no es tanto el tránsito de un hombre sino el paso de una ameba”. Se lamenta al ver a los hombres que se malgastan hasta llegar a ser tan sólo “oficiales de segunda clase en empresas transitorias”. Nota con tristeza el epitafio de uno que “nació hombre y murió comerciante”.

F. W. H. Meyers ve tranquilamente a la distancia a la humanidad y escribe:

Veo al rebaño, tan solo como almas,
Atados los que debieran vencer,
Esclavos los que reyes debieran ser,
Escuchando su única esperanza con una hueca admiración,
Tristemente satisfechos de las cosas con una demostración.

Cuando Watchman Nee era joven, se conmovía al ver “los dones creativos humanos despilfarrados por un patrón avaricioso… en uno de los talleres donde se pintaba con laca en una calle de la vieja ciudad, trabajaba un artesano anónimo que ya había empleado seis años trabajando en tres paneles de madera de un biombo de cuatro paneles, tallando en la madera natural relieves de flores blancas contra la superficie negra laqueada. Por esto, el propietario del taller le pagaba ocho centavos por día sin importar: “si llovía, hacia sol, era día de fiesta o estallara una revolución”, más arroz y legumbres, y una tabla para dormir. Una vez hubo adquirido destreza para hacer este trabajo, pudo hacer solamente dos de estos biombos porque sus ojos y nervios le fallaban, y fue echado con los mendigos”.

La tragedia de la vida en el día de hoy es que los hombres no aprecian su alto llamamiento. Van por la vida aferrándose a lo subordinado. Se arrastran en lugar de volar. Como alguien ha dicho, escarban en el montón de basura, sin advertir al ángel que por encima de ellos les ofrece una corona. Pasan su tiempo ganando para vivir en lugar de ganar una vida.

Actualmente muchos están preocupados por el daño que se causa a los recursos naturales, pero jamás piensan en la pérdida aún mayor de recursos humanos. Grupos numerosos hacen campañas para salvar a las especies de pájaros, animales y peces que están en peligro de extinción, pero no se conmueven al ver cómo la gente despilfarra su vida. Una vida humana vale mucho más que el mundo entero. Desperdiciar esa vida es una tragedia indecible. Una mujer dijo: “Tengo setenta años y no he hecho nada con mi vida” ¿Hay algo más trágico que esto?

Josue G Autor