16 Diciembre

“Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios …sana todas tus dolencias” (Salmo 103:2-3b).

 

Uno de los nombres compuestos de Dios en el Antiguo Testamento es Jehová-Rafa, que significa “Yo soy Jehová tu sanador” (Éx. 15:26b). Nos sana de toda clase de enfermedades y finalmente nos librará para siempre de toda enfermedad.

Algunas veces nos sana por medio de los tremendos poderes de recuperación con los que ha dotado a nuestros cuerpos. Ésta es la razón por la que los doctores dicen con frecuencia: “Casi todo va mejor por la mañana”. A veces nos sana por medio de la medicina y la cirugía. Dubois, el famoso médico francés, decía: “El cirujano venda la herida; Dios la sana”. Otras veces nos sana milagrosamente. Lo sabemos porque así lo afirman los Evangelios y por la experiencia personal.

Sin embargo, no es siempre la voluntad de Dios que sanemos. Si así fuera, algunos jamás envejecerían ni morirían. Pero tarde o temprano todos moriremos, hasta que el Señor venga. Dios no quitó la aflicción física de Pablo pero le dio gracia para soportarla (2 Co. 12:7-10).

En un sentido general, todas las enfermedades son resultado del pecado. En otras palabras, si nunca se hubiera cometido ningún pecado, no habría ninguna enfermedad. En ocasiones la enfermedad es resultado directo del pecado en la vida de una persona. Por ejemplo, el alcoholismo en ocasiones provoca enfermedades en el hígado, fumar a veces produce cáncer, la inmoralidad sexual a menudo causa enfermedades venéreas y la preocupación hace que salgan úlceras. Pero no todas las enfermedades son resultado directo del pecado. Satanás le provocó a Job serias enfermedades (Job 2:7) y no obstante, Job era el hombre más justo de la tierra (Job 1:8; 2:3). Hizo que una mujer desconocida fuera afligida con encorvamiento de la columna vertebral por muchos años (Lc. 13:11-17), e hizo surgir un aguijón en la carne de Pablo (2 Co. 12:7). En Juan 9:2-3, el pecado pudo no haber sido la causa de que aquel hombre naciera ciego. Epafrodito estaba gravemente enfermo pero no a causa del pecado, sino a causa de su servicio incansable para el Señor (Fil. 2:30). Gayo estaba espiritualmente sano pero físicamente indispuesto (3 Juan 2).

Por último, el hecho de no ser sanado no indica necesariamente falta de fe. Solamente cuando Dios nos ha dado una promesa específica de que nos sanará, puede la fe reclamar esa sanidad. De otra manera, debemos encomendarnos a nuestro Señor vivo y amante y orar que se haga Su voluntad.

Josue G Autor