“El pueblo que está contigo es mucho…” (Jueces 7:2).
Cada uno de nosotros tiene un deseo sutil por los números y una tendencia a juzgar el éxito por las estadísticas. Hay un cierto desprecio en torno a los grupos pequeños mientras que los grupos grandes demandan atención y respeto. ¿Cuál debe ser nuestra actitud en esta área?
Los grupos numerosos no deben menospreciarse si son el fruto de la obra del Espíritu Santo. Éste fue el caso en Pentecostés cuando casi tres mil almas entraron en el reino de Dios.
Debemos regocijarnos en los grupos numerosos si es que significan gloria para Dios y bendición para la humanidad. Debemos desear ver grandes multitudes que eleven sus corazones y voces en alabanza a Dios, alcanzando al mundo con el mensaje de la redención.
Por otra parte, los grupos numerosos son malos si conducen a la altivez o la soberbia. Dios tuvo que reducir el ejército de Gedeón para que Israel no dijera: “Mi mano me ha salvado” (Jue. 7:2). E. Stanley Jones dijo una vez que se sentía reacio a nuestra “pugna contemporánea por las muchedumbres que conduce, como sucede, a un egotismo colectivo”.
Los grupos grandes son malos si nos hacen depender del poder humano y no del poder del Señor. Probablemente éste fue el problema con el censo que levantó David (2 S. 24:2-4). Joab percibía que los motivos del rey no eran puros y protestó, pero en vano.
Las congregaciones grandes son indeseables si, para conseguirlos, bajamos el listón, comprometemos principios Escriturales, suavizamos el mensaje o fallamos en ejercitar santa disciplina. Siempre existe la tentación de hacer esto si ponemos la mira en las multitudes en vez de ponerla en el Señor.
Los grupos grandes son menos que ideales si de ellos se deriva una pérdida de comunión íntima entre unos y otros. Cuando los individuos se esfuman entre las multitudes, cuando están ausentes y no se les echa en falta, cuando nadie comparte sus gozos y penas, entonces abandonamos el concepto total de vida corporativa.
Los grupos numerosos son malos si ahogan el desarrollo de los dones en el cuerpo. Es muy significativo que Jesús escogiera a 12 discípulos. Una enorme multitud hubiera sido difícil de manejar.
La regla general de Dios ha sido trabajar por medio del testimonio de un remanente. No le atraen las grandes multitudes ni rechaza a las pequeñas. No debemos jactarnos de las grandes membresías, pero tampoco debemos contentarnos con minorías si éstas son resultado de nuestra pereza e indiferencia.