“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré” (Génesis 12:3).
Cuando Dios llamó a Abraham para que fuera la cabeza de Su pueblo escogido, prometió bendecir a los amigos de esa nación y maldecir a sus enemigos. En los siglos que siguieron el pueblo judío ha sufrido indecible hostilidad y discriminación, pero Dios no ha suprimido la maldición contra el antisemitismo.
Amán tramó la destrucción del pueblo judío en Persia. Embaucó al rey para que firmara un decreto irrevocable. Por un momento todo pareció moverse a su favor, pero pronto comenzaron a surgir escollos. El archiconspirador se precipitó de fracaso en fracaso hasta que finalmente fue colgado de la horca que había construido para Mardoqueo el judío.
Adolfo Hitler no aprendió de la historia y fue condenado a repetirla. Inauguró un atroz programa para barrer a los judíos en campos de concentración, cámaras de gas, hornos crematorios y ejecuciones masivas. Parecía que nada podía detenerle. Pero entonces la marea cambió y murió ignominiosamente con su amante en un bunker de Berlín.
El antisemitismo alcanzará su más horrendo clímax durante la Gran Tribulación. Los judíos serán entregados para ser afligidos y asesinados; las naciones gentiles les aborrecerán. Grandes multitudes serán masacradas. Pero se interrumpirá con la venida personal del Señor Jesucristo. Aquellos que persiguieron a Su pueblo serán destruidos y los que ofrecieron su amistad a los hermanos judíos de Cristo entrarán en el Reino.
Ningún creyente verdadero debe permitir jamás que su alma se contamine con rastro alguno de antisemitismo. Su Señor, su Salvador, su mejor y verdadero Amigo fue y es un judío. Dios comisionó al pueblo judío para que escribiera y preservara las Escrituras. Aunque Dios ha puesto a un lado temporalmente a la nación judía por rechazar al Mesías, todavía ama a Israel por causa de los Padres. Nadie que odia a los judíos puede esperar la bendición de Dios en su vida y servicio.
“Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (Sal. 122:6). Todos los que aman al pueblo judío prosperarán.