“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (Hebreos 12:7).
Las palabras “disciplina” y “disciplinaban” se repiten siete veces en los primeros 11 versículos de Hebreos 12. Como consecuencia es fácil que el lector ocasional se lleve una mala impresión. Podría imaginarse a Dios como un Padre enojado que está siempre azotando a sus hijos. Este error surge al pensar que la disciplina se refiere al castigo solamente.
Es un gran alivio saber que “disciplinar” en el Nuevo Testamento tiene un significado mucho más amplio que ése. En realidad significa educar a niños, e incluye toda la actividad de los padres que está implicada en la crianza de un hijo. Kittel la define como: “la educación y manejo del niño que está creciendo hacia la madurez y que necesita dirección, enseñanza, instrucción y una cierta medida de compulsión en la forma de disciplina o hasta de castigo”.
Los cristianos para quienes fue escrito el libro de Hebreos estaban padeciendo persecución. El escritor se refiere a ella como parte de la disciplina del Señor. ¿Significa esto que Dios había enviado la persecución? ¡Ciertamente no! Fue ideada por los enemigos del evangelio. ¿Estaba Dios castigando a los cristianos por sus pecados? No, la persecución probablemente fue provocada porque testificaban fielmente de Él. ¿En qué sentido podríamos decir entonces que la persecución era la disciplina del Señor? En el sentido de que Dios permitió que ocurriera y luego la utilizó como parte de Su programa educativo en las vidas de Su pueblo. En otras palabras, usó la persecución para refinar, madurar y conformar a Sus hijos a la imagen de Su Hijo.
Ni que decir tiene que este tipo de disciplina no resulta agradable al presente. El cincel trata duramente con el mármol. El horno somete al oro a un intenso calor. Pero todo esto vale la pena cuando el rostro del hombre aparece en el mármol y cuando el oro es purificado de la escoria.
Es contraproducente despreciar la disciplina del Señor o desmayar bajo ella. La única actitud adecuada es recordar que Dios está empleándola como un instrumento de entrenamiento, procurando conseguir el máximo beneficio de ella. Esto es lo que el escritor da a entender cuando dice que: “da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (He. 12:11b).