“Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí. Paz, paz contigo, y paz con tus ayudadores, pues también tu Dios te ayuda” (1 Crónicas 12:18).
Todos los creyentes debemos apropiarnos de esta noble expresión de lealtad a David como una expresión de nuestra devoción al Señor Jesucristo. En lo que respecta al Rey de reyes, no hay lugar para la lealtad poco entusiasta o fidelidad dividida. Él debe poseer por completo nuestros corazones.
Siempre me he sentido impresionado con la historia de un soldado francés que fue seriamente herido en una de las guerras Napoleónicas. Los médicos decidieron que era necesario operarle para salvar su vida. Fue antes del descubrimiento de la anestesia. Mientras el cirujano exploraba el pecho del soldado, el paciente le decía: “Doctor, profundice un poco más y encontrará al Emperador”. En un sentido, el Emperador estaba entronado en su corazón.
En Gran Bretaña, cuando Isabel fue coronada como reina era todavía muy joven, y su abuela la reina María, le escribió una carta de lealtad y la firmó así: “Tu amante abuela y súbdita devota”. De este modo expresaba su lealtad a la Corona y a aquella que la llevaba.
Pero ¿qué de nosotros? ¿Cómo se aplica todo esto a nuestro caso? Matthew Henry nos recuerda que “De estas expresiones de Amasai podemos aprender cómo manifestar al Señor Jesús nuestro afecto y lealtad: suyos debemos ser sin reserva o revocación; a su lado es preciso estar, siempre al frente para aparecer y actuar. De sus intereses debemos ser admiradores de todo corazón; Hosanna, prosperidad a su evangelio y reino; porque su Dios le ayudó y le ayudará hasta que someta todo gobierno, principado y potestad”.
En las palabras de Spurgeon nuestras vidas deben decir: “Por ti, oh Jesús. No contamos nada de lo que poseemos como nuestro; mas todo lo dedicamos a Tu real uso. Y contigo, oh Hijo de Dios. Porque, si pertenecemos a Cristo, sin duda estamos del lado de Cristo, sea el ámbito que sea, religión, moral o política. Paz, paz contigo. Nuestros corazones te saludan e invocan paz sobre Ti. Y paz con tus ayudadores. Deseamos todo bien para todos los hombres buenos. Oramos por la paz de los pacíficos. Pues también tu Dios te ayuda. Todos los poderes del Dios de la naturaleza trabajan para ayudar al Señor de la gracia. Cristo resucitado, miramos hacia arriba mientras los cielos te reciben, y adoramos. Cristo ascendido, caemos a Tus adorables pies y te decimos: ‘Tuyos somos, oh Hijo de David, Príncipe y Salvador’. Cristo que desciendes, esperamos y velamos por Tu venida. ¡Ven pronto a los Tuyos! Amén y amén”.