“Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (Romanos 5:15).
En Romanos 5:12-21, Pablo contrasta las dos cabezas federales de la raza humana, Adán y Cristo. Adán fue la cabeza de la primera creación; Cristo es la cabeza de la nueva creación. La primera fue natural; la segunda es espiritual. Tres veces emplea Pablo las palabras “mucho más”, para enfatizar que las bendiciones que fluyen de la obra de Cristo, sobreabundan muy por encima de las pérdidas contraídas por el pecado de Adán. Está diciendo que “en Cristo, los hijos de Adán ostentan más bendiciones que las que su padre perdió”. Los creyentes están mejor en Cristo que lo que pudieron haber estado si Adán no hubiera caído.
Supongamos, por un momento, que Adán no hubiera pecado, que en vez de comer del fruto prohibido, él y su esposa hubieran decidido obedecer a Dios. ¿Cuál habría sido el resultado en sus vidas? Hasta donde sabemos, hubieran continuado viviendo indefinidamente en el Edén. Su recompensa habría sido una larga vida sobre la tierra. Y esto se habría cumplido ciertamente en su descendencia.
Mientras continuaran sin pecar, hubieran podido vivir indefinidamente en el Edén; no habrían muerto.
Pero en ese estado de inocencia, no tendrían expectativa de llegar alguna vez al cielo. No habría promesa de ser habitados y sellados por el Espíritu Santo. Nunca habrían llegado a ser herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Jamás habrían tenido la esperanza de ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Y siempre habrían tenido ante sí la terrible posibilidad de pecar y perder las bendiciones terrenales que disfrutaban en el Edén.
Pensemos, al contrario, en la posición infinitamente superior que Cristo ha obtenido para nosotros con Su obra expiatoria. Somos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Somos aceptos en el Amado, completos en Cristo, redimidos, reconciliados, perdonados, justificados, santificados, glorificados y hechos miembros del cuerpo de Cristo. Somos habitados y sellados por el Espíritu que es las arras de nuestra herencia. Estamos seguros eternamente en Cristo. Somos hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús. Estamos tan cerca de Dios y somos tan queridos por Él como lo es Su amado Hijo. Y hay mucho, mucho más. Pero esto es suficiente para mostrar que los creyentes están mejor hoy en el Señor Jesucristo que lo que pudieran haber estado en un inocente Adán.