25 Septiembre

“¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16).

 

La experiencia de Pablo con los cristianos de Galacia nos recuerda que a menudo nuestros amigos se vuelven enemigos cuando les decimos la verdad. El apóstol había llevado a estas personas al Señor y les había nutrido en la fe. Pero más tarde, cuando los falsos maestros se infiltraron en las asambleas cristianas, Pablo tuvo que advertir a los creyentes que estaban abandonando a Cristo por la ley. Eso hizo que se volvieran hostiles hacia su padre en la fe.

Sucedió lo mismo en los días del Antiguo Testamento. Elías fue siempre honesto y franco en sus mensajes al rey Acab. Sin embargo, un día cuando Acab se encontró con él, le dijo: “¿Eres tú el que turbas a Israel?” (1 R. 18:17). “¿Turbar a Israel?” ¡Elías fue uno de los mejores amigos que tuvo jamás Israel! Pero se lo agradecieron acusándolo de perturbador.

Micaías fue otro profeta intrépido. Cuando Josafat preguntó si había algún profeta del Señor a quien pudiera consultar, el rey de Israel dijo: “Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías hijo de Imla; más yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal”. El rey no quería oír la verdad y aborreció a aquel que la pregonaba.

En el Nuevo Testamento encontramos a Juan el Bautista diciéndole a Herodes: “La ley te prohíbe tener a la esposa de tu hermano” (Mr. 6:18 NVI). Ésa era la verdad, pero tal representación valiente de la verdad llevó pronto a Juan a la muerte.

Nuestro Señor despertó el odio de los judíos incrédulos. ¿Qué causó este odio? Se debió a que les decía la verdad: “Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad” (Jn. 8:40).

Thomas Jefferson escribió: “Si querías escapar de la malicia, debieras haberte confinado a la línea adormecida del deber cotidiano. En toda cuestión hay dos lados, y si tomas uno de ellos con decisión y lo pones en práctica con efecto, aquellos que tomen el otro lado, por supuesto, serán hostiles en la medida que sientan ese efecto”.

Con mucha frecuencia la verdad duele. En vez de inclinarse ante ella, los hombres suelen maldecir al que la pronuncia. El verdadero siervo del Señor ha calculado el coste. Debe hablar la verdad o morir. Sabe que las heridas del amigo son fieles, pero los besos del enemigo son engañosos (Pr. 27:6).

Josue G Autor