4 Octubre

“Aparta mis ojos, que no vean la vanidad” (Salmo 119:37).

 

Las palabras de esta breve oración son especialmente apropiadas cuando se aplican a la televisión. La mayoría de los programas de televisión son vanidad. Describen un mundo que no existe y una vida que está muy lejos de la realidad.

La televisión es un ladrón de tiempo precioso. Los que la ven derrochan horas que nunca podrán recuperar. De manera general, la televisión ha causado una disminución en la lectura de la Biblia, apagando así la voz de Dios y enfriando la temperatura espiritual de los televidentes sin que éstos se den cuenta.

Son bien conocidos los efectos dañinos de la televisión en los niños. Sus conceptos morales se corrompen porque ensalza la violencia, se deforma el sexo y se publica la pornografía. La educación de los niños padece, ya que no queda tiempo libre ni ganas para leer o escribir. Sus valores se determinan por lo que ven en la pantalla y todo su pensamiento se moldea con propaganda anticristiana.

El humor que se transmite es obsceno y buena parte de los guiones está llena de insinuaciones repugnantes.

La publicidad no solamente es estúpida sino moralmente destructiva también. Al parecer, no se puede vender nada sin un desfile de rameras de Hollywood exponiendo vastas porciones de su anatomía, usando el movimiento del cuerpo para incitar sexualmente.

En muchas familias la televisión ha causado un colapso de comunicación. Los miembros están hechizados por los programas hasta el punto que han perdido la habilidad de mantener conversaciones constructivas el uno con el otro.

En el área de la música, las letras de las canciones son con frecuencia altamente censurables. Glorifican la lujuria y tratan al adulterio y la homosexualidad como estilos de vida legítimos y hacen de los hombres violentos sus héroes.

Tratando de refutar lo que decimos algunos afirman que hay en la televisión programas cristianos saludables. La respuesta es que éstos son tan sólo la cubierta de caramelo de una píldora venenosa. El hecho simple es que el efecto total de la televisión destruye la vitalidad espiritual.

Un cristiano había encargado una televisión para que se la llevaran a su casa. Cuando la camioneta se detuvo frente a su casa, vio el anuncio publicitario en un costado del vehículo: “La televisión trae al mundo a su casa”. Con eso ya no fue necesario nada más. Desde la puerta de su casa mandó devolver el aparato a la tienda, diciendo: “no quiero al mundo en mi casa”.

Nadie que está pegado a la televisión hará jamás historia para Dios. Ésta es una de las causas principales de la decadencia espiritual de nuestros días.

Josue G Autor