16 Octubre

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Romanos 1:18).

 

En momentos puntuales de la historia, Dios ha irrumpido en juicio sobre los hombres para mostrar cuán grande es Su disgusto por ciertos pecados que han cometido. Obviamente, no fulmina a los hombres cada vez que cometen estos pecados. Si fuera así, la población del mundo habría sido drásticamente reducida. Pero ocasionalmente les ha castigado severamente para advertir a los hombres que la impiedad y la injusticia no pueden quedar sin castigo. Si Dios no trata con estos pecados ahora, con toda certeza lo hará en la eternidad.

Cuando Dios vio que la tierra se corrompía y llenaba de violencia, envió un diluvio por el que destruyó al mundo (Gn. 6:13). Solamente ocho personas escaparon con vida.

Más tarde, las ciudades de Sodoma y Gomorra se convirtieron en centros de homosexualidad (Gn. 19:1-13). Sodoma también era culpable de soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad (Ez. 16:49). Dios reveló Su ira desde el cielo haciendo llover fuego y azufre sobre estas ciudades, destinándolas a la extinción perpetua.

“Nadab y Abiú murieron delante de Jehová cuando ofrecieron fuego extraño” (Nm. 3:4). Debían utilizar el fuego del altar (Lv. 16:12), pero decidieron acercarse a Dios de otra manera. Al castigarlos con la muerte instantánea, el Señor advirtió a las futuras generaciones contra cualquier intento de aproximarse a Él de una manera distinta a la que había establecido.

Nabucodonosor rey de Babilonia no reconoció al Altísimo que gobierna en los asuntos de los hombres. En cambio, reclamó todo el honor por la gloria de Babilonia. Dios le castigó con la locura. El rey fue echado de entre los hombres y comía hierba como los bueyes, su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, su pelo creció como plumas de águila y sus uñas como las de las aves (Dn. 4:33).

Ananías y Safira pretendieron hacer un enorme sacrificio vendiendo su propiedad para el Señor, pero retuvieron secretamente una parte para ellos mismos (Hch. 5:1-11). Ambos murieron repentinamente como advertencia contra la insinceridad en la adoración y el servicio. Poco después Herodes aceptó la alabanza de sus súbditos en vez de darle la gloria a Dios. Expiró comido de gusanos (Hch. 12:22-23).

Los hombres pecadores no deben presumir ante el silencio aparente y la ausencia de actividad de Dios. El hecho de que Él no siempre castigue el pecado de inmediato no significa que no lo castigará al final. Él, en casos aislados a través de los años, ha dado Su veredicto y revelado las penalidades que le siguen.

Josue G Autor