1 Abril

“…y vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10).

 

Contrariamente a la opinión popular, no hay diversos grados de capacidad para llegar al cielo. O se es absolutamente apto o no se es. Esto va contra la noción muy extendida que la creación de Dios está dividida en dos. Por un lado, está la gente buena que vive una vida recta, y por otro están los malvados y los sinvergüenzas, y entre ambos están los que tienen diversos grados de aptitud para el cielo. Esto es un gran error. O somos aptos o no lo somos. No hay intermedio.

En realidad ninguno de nosotros es competente en sí mismo. Todos somos pecadores culpables que merecemos el castigo eterno. Todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios. Todos nos hemos descarriado y hemos decidido andar por nuestros propios caminos. Todos somos impuros y nuestras mejores obras son como trapos de inmundicia.

No solamente somos enteramente incompetentes para el cielo, sino que no podemos hacer nada por nosotros mismos que nos pueda hacer aptos. Nuestros mejores propósitos y esfuerzos más nobles no pueden quitarnos los pecados ni proveernos de la justicia que Dios demanda. Pero las buenas noticias del evangelio consisten en que el amor de Dios provee lo que demanda Su justicia, y lo otorga como un don gratuito. “Pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

Solamente en Cristo se encuentra lo que nos puede llevar al cielo. Cuando un pecador nace de nuevo, recibe a Cristo. Dios ya no lo considera más como un pecador en la carne; lo ve en Cristo, y le acepta sobre esa base. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).

De modo que todo se reduce a esto. O tenemos a Cristo o no lo tenemos. Si tenemos a Cristo, somos aptos para el cielo. La aptitud de Cristo viene a ser la nuestra. Somos tan dignos como Él, porque estamos en Él.

Por otra parte, si no tenemos a Cristo estamos perdidos. Estar sin Él es la deficiencia fatal. No hay persona, ni iglesia, ni rito ni obra que pueda suplir esta falta crucial.

Es del todo evidente que ningún creyente es más apto que otro para el cielo. Todos los que creen tienen el mismo “derecho” de ir a la gloria, y ese derecho es Cristo. Ningún creyente tiene más de Cristo que otro. Por lo tanto, ninguno es más apto para el cielo que otro.

Josue G Autor