“Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia” (Romanos 11:6).
Cuando uno se fundamenta bien en la doctrina de la gracia desde el comienzo de su vida cristiana, se libra de muchos problemas que podrían venir más tarde. Es fundamental entender que la salvación es un don gratuito de la gracia de Dios y que se da a aquellos que no sólo no la merecen sino que de hecho merecen lo contrario. No hay alguna obra suficientemente meritoria que alguien pueda hacer para ganar la vida eterna. Les es dada sólo a aquellos que dependen por completo de los méritos del Salvador.
Es muy importante que entendamos que la salvación es toda de gracia porque sólo de esta manera podemos llegar a tener plena certidumbre. Si la salvación dependiera de nosotros en el grado más insignificante o de nuestras obras miserables, entonces nunca tendríamos esa certeza. Nunca llegaríamos a saber si nuestras buenas obras han sido suficientes, o si en realidad han sido buenas. Pero cuando todo depende de la obra de Cristo, entonces no hay lugar para la duda punzante y persistente.
Asimismo es cierto acerca de nuestra seguridad eterna. Si ésta depende en alguna medida de nuestra capacidad para mantenernos firmes, entonces podemos ser salvos hoy y mañana estar perdidos, pero si nuestra seguridad depende de la capacidad del Salvador para guardarnos, podemos saber que estamos seguros eternamente.
Los que viven bajo la protección de la gracia no son juguetes indefensos del pecado. El pecado tiene dominio sobre los que están bajo la ley porque la ley les dice qué es lo que deben hacer pero no les da el poder para hacerlo. La gracia brinda a la persona una posición perfecta ante Dios, le enseña a caminar en la dignidad de su llamamiento por el Espíritu Santo que lo habita y además le recompensa por hacerlo.
Bajo la gracia, el servicio viene a ser un gozoso privilegio y no una servidumbre legalista (buscando mérito). El creyente es motivado por el amor y no por el temor. El recuerdo de los sufrimientos del Salvador mueve al pecador salvo a derramar su vida en servicio consagrado.
La gracia también enriquece la vida infundiendo acción de gracias, adoración, y alabanza. Nuestro corazón rebosa de adoración al conocer al Salvador, lo que ha hecho por nosotros y quiénes somos los pecadores por naturaleza y en la práctica.
No hay nada como la gracia de Dios. Es la joya que corona Sus atributos. Estar bien fundado en la verdad de la gracia soberana de Dios transfigurará toda la vida.